“El marginal me llaman”:
Resistencias subalternas en torno a una literatura marginal
Valle, Mariana Celeste.
Universidad Nacional de Córdoba- Conicet.
En este trabajo tomaremos una recopilación de
letras de cuarteto[1] de
Carlos Jiménez (La Mona)[2]
que testimonian historias sobre la marginalidad, en donde podemos percibir una
resistencia a la dominación por parte de los grupos subalternos que se
presentan en las historias narradas en las canciones. En primer lugar, nos
abocaremos a la descripción de este fenómeno a nivel discursivo y, en segundo
lugar, reflexionaremos -en base a algunas líneas generales- sobre cuál es el
lugar que el género ocuparía con respecto a la literatura argentina.
Antes de comenzar con nuestro
análisis, debemos señalar que la noción de resistencia describe la posibilidad
de que los sectores en posición subalterna desarrollen acciones que puedan ser
interpretadas como destinadas a señalar la relación de dominación o a
modificarla (ver AAVV, 2008: 33).
Si bien las canciones que
constituyen nuestro objeto de análisis han sido elaboradas por sujetos
letrados, los cuales no podríamos juzgar como “marginales” o “subalternos”[3], son
sin embargo consumidas por un público humilde que se identifica con sus letras,
lo cual nos permite incorporar a nuestro análisis el fenómeno de la
“mediación”, por el cual las formas de comportamiento frente a la industria
cultural son maneras también de localizar estrategias y conformación de
identidades del público receptor organizado en torno a ellas[4].
En “El marginal” el “yo lírico” –a la vez identificable con
la figura del cantante[5]-
afirma su subalternidad, lo cual ya implica una resistencia en el mismo acto de
la nominación[6].
Por otro lado, se percibe una queja hacia
el sistema social que excluye y, a la vez, se aprovecha de la marginación que
crea haciendo uso del cuerpo del marginado, tema que renueva la problemática
abordada por la gauchesca en obras como Martín Fierro –donde el gaucho va a
pelear a las fronteras sin una retribución económica y social alguna- o en Juan
Moreira –donde el gaucho es usado por los dueños del poder de turno en su
cualidad de “puntero político”-[7].
Metafóricamente esta canción nos permite además pensar en la
relación de la construcción del canon frente al “otro”. Para la Zubieta, el uso
de la figura del “otro” desde el poder es homologable además a la configuración
de la “cultura popular” que nace antes
como interrogante que como certeza y amerita, por tal razón, indagar sobre
quién se pregunta sobre ella. Por ejemplo, Peter Burke señala que en la Europa de fines del siglo XVIII, lo popular
aparece como objeto de interés para la cultura letrada que ubica en esa
alteridad, paradójicamente, el soporte de la identidad de los Estados
Nacionales modernos. De igual modo,
podemos observar una estrategia similar en el nacionalismo de elite de Lugones,
quien consagra al gaucho como héroe y esencia de la patria, cuando éste no es
más que una entelequia, convertido ya en peón de la Argentina agroexportadora
(ver ZUBIETA, 1999: 17)[8].
La crítica hacia el “uso” y “abuso” del segregado también
se extiende al período histórico del surgimiento del tema -1995- y al gobierno
de Carlos Menem (1989-1999), quien paradójicamente no supo responder a los
problemas del mismo sector que fue decisivo en su posicionamiento político[9].
En el tema “No te preocupes”, se
ejerce la resistencia denotando la discriminación existente en la sociedad con
respecto al “pobre”[10] . Para Osvaldo T. Hepp en La soledad de los cuartetos, este
género musical asimilado por las clases sociales más pobres,[11]
refunda la vieja polémica “civilización o barbarie” instaurada por Sarmiento,
donde el rock inglés podría ubicarse dentro de la primera categoría y cuarteto
ocuparía su lugar en el último término como estilo musical identificado con los
grupos más desposeídos de la sociedad.
Esta canción plantea, además, la
mirada de un otro “superior” sobre un sujeto subalterno, caracterizado como
“negro”. Para Fanon, no se trata del problema de la raza sino de perspectiva
crítica de un sujeto exterior que segrega: “el
negro ya no plantea el problema del negro sino de serlo para el blanco”
(FANON, 1970: 147). Nos referimos, entonces, al desprecio que la clase alta, o
incluso media, enarbola sobre una clase oprimida, donde “negro” significa
además una categoría “ a priori” que criminaliza la pobreza identificando al
“otro” como “peligroso”. Para La Mona, el cuarteto implica una verdadera
rebelión porque lo erige como un representante de “los más humildes” que pudo
posicionarse en el centro de la escena para representar a dicho sector social a
fuerza de “trabajar como un buey”, lo cual transforma también su canto en un
himno al trabajo y la superación personal. Para Fanon, “la noción subjetiva, existencial, étnica de negritud “pasa” como dice
Hegel a la de –objetiva, positiva, exacta- de proletariado. Para Cesaire, el
blanco simboliza el capital, el negro el trabajo” (FANON, 1970: 172). De esta
manera, en esta canción se invierte positivamente el ángulo despectivo del término “negro” con el que buena parte de la sociedad cordobesa
denota al pobre como “vago” o “delincuente” y se lo lleva a la categoría
universal del proletario, del cual La Mona es representante. Gran parte de los
temas están orientados a la construcción biográfica del cantante como “ídolo popular” que se debe
a su público. Uno de ellos es “Muchacho de barrio” donde este sujeto subalterno
demuestra, con énfasis, que su ascenso de clase no le cambió la esencia forjada
en un lugar humilde[12].
Los ídolos marginales subvierten las expectativas y las limitaciones vinculadas
a su carencia inicial y por eso constituyen un reservorio sagrado para el
pueblo que los aclama. Por otro lado, y al igual que en el tango, uno de
los espacios más significativos del cuarteto es el barrio vinculado a las clases
subalternas, al igual que la esquina o “la calle”, que asume una vital
importancia con respecto al conjunto de “habitus” que generan sujetos
desplazados por su misma condición de origen, de los centros de enseñanza
oficiales y les permiten legitimar el cúmulo de los saberes populares
aprehendidos a la par de la experiencia vivida en constante proximidad con los
peligros del “afuera. Por tal motivo, la “escuela de la calle” que menciona La
Mona, subvierte el orden social hegemónico que articula el saber con los
centros académicos y deposita su valor en la experiencia vivida por el
marginal, que es una especie de “baqueano” de la ciudad y se abre paso en un
ambiente adverso en el cual el burgués difícilmente sabría cómo conducirse para
subsistir.
La resistencia a la dominación capitalista sobre los grupos subalternos
también se percibe en la representación del delincuente. En “Abran la Reja”[13] un preso trata de demostrar su inocencia,
haciendo una crítica al sistema que lo condena por ser pobre y deposita su fe
en una salvación divina. Como bien apunta Dominé, el sistema judicial contiene
por excelencia la figura del “otro” ya que la confesión sigue
siendo el modo primordial de capturar su voz y por eso prácticas como la
denuncia, la querella, el informe, la
encuesta, el interrogatorio y la delación constituyen, a través del tiempo, el
documento testigo de la existencia y la memoria del sujeto subalterno (DOMINÉ,
1999: 206). A través de la confesión el marginal encuentra el resquicio
propicio que le brinda el poder hegemónico para alzar su voz y reclamar por
justicia y equidad: “cantar” es confesar en el idioma carcelario y a través de
la música que lo identifica el excluido puede hacerse oír. Este
relato enfrenta la estigmatización de la pobreza que, en el pensamiento liberal
concibe al individuo como responsable y dueño exclusivo de su destino y, de
esta manera, transforma a la pobreza en inmoral, pues “no tener” confirmaría
las escasas virtudes éticas del carenciado: no tener útiles escolares ni libros
es signo de que el alumno no es aplicado; no tener trabajo, de vagancia; no
tener espacio, conduce a la promiscuidad, etc. (GUBER, 2006: 154). Lo mismo
se problematiza en la gauchesca, subraya Ludmer, ya
que el género visibiliza el "problema" que, para los ciudadanos,
constituye la delincuencia campesina o la “ilegalidad popular” donde el gaucho
no propietario y sin trabajo hace la ecuación en el discurso hegemónico
“desposeídos= delincuentes” (LUDMER, 1988: 117).
En “Dos por
Uno”[14], se
justifica el robo a causa de la privación económica del pobre, lo que
constituye una suerte de victimización del delincuente que localiza en el hurto
leve (sin que se expliciten daños a terceros) la figura del “ladrón noble”[15] que
roba para los más humildes (él y su propia familia, en este caso) compensando,
de ese modo, la desigualdad
social generada en el marco de un esquema capitalista que lo excluye de su
modelo económico[16]. Podemos insertar a estos
relatos dentro de la categoría de las “ficciones de la exclusión” propuestas
por Ludmer que comparten fundamentalmente tres rasgos que las diferencian de
otras series o géneros narrativos: la construcción de subjetividades está
puesta del lado del delincuente y no la de la víctima o del investigador; el nivel del registro verbal es medio, y no
alto ni popular[17] y existe una
representación del Estado como ilegítimo. (LUDMER, 1992: s/d). Sobre el último
punto, hay que aclarar que en este caso la “ilegitimidad” del Estado y su
cuestionamiento radica en la ausencia de la función que le corresponde para
garantizar la equidad social, crítica que permanece implícita en la narración.
En cuanto a la noción de género, el
ejercicio de la prostitución representado en las canciones, podría marcar una
resistencia frente a una sociedad machista, ya que las mujeres de la clase
popular se reafirman en una posición dominante, a través de goce y el dominio
libre de su propio cuerpo[18]
eligiendo entre sus amantes al mejor postor, como se exhibe en “Amor al
Contado”[19].
Por último, el cuarteto
caracteriza a la fiesta como un ritual de “bendición” para el pobre, tal como
podemos ver en “Así, así”[20]Para
Bajtin la fiesta representa para la clase popular un acto de rebeldía
instintivo frente a la dominación. Bajo el régimen feudal existente en la Edad Media,
ejemplifica, la relación de la fiesta no
oficial con los objetivos superiores de la existencia humana, la resurrección y
la renovación, sólo podía alcanzar su plenitud y su pureza en el carnaval y en
otras fiestas populares, donde el pueblo “temporalmente penetraba en el reino
utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia”
(BAJTIN, 1974: 215). En cuanto al lugar del cuarteto
con respecto a la literatura cordobesa, subrayamos su ausencia en las
ontologías de la provincia y en los compendios de la narrativa cordobesa. Por
eso las letras de cuarteto constituyen, a nuestro entender, una
“literatura marginal”[21], ya
que se la excluye del canon[22],
pero además porque reúne una condición bastante peculiar dentro de la
literatura, ya que está destinada (aunque no exclusivamente) a ese “otro”
llámese “pobre, no ilustrado, desposeído
o marginal” que puede verse identificado
a través de las letras de este cantante héroe “marginado” (La Mona) que convoca
a sus adeptos (cual Martín Fierro) a escuchar sus propios dolores y los de
otros infortunados como él. Se trata de relatos de excluidos en donde la
“otredad” ya no está localizada en el humilde sino en el burgués, en el
poderoso y hasta en el mismo sistema social que oprime y vulnera. Allí nace la dimensión ética de nuestra
propuesta de investigación centrada en las posibilidades de resistencia a la
dominación que exhiben estas letras, pero además, en la posibilidad misma de
teorizar sobre esta literatura singular.
Bibliografía:
ALABARCES, Pablo y AÑÓN, Valeria
(2008) “¿Popular (es) o subalterno (s)? De la retórica a la pregunta por el
poder” en Resistencias y mediaciones.
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BAJTIN, Mijaíl (1974). La cultura popular en la edad media y el
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BONNET, Alberto (2007): La hegemonía menemista: el conservadurismo en
Argentina 1989-2001. Prometeo Libros. Bs As.
CUADRADO, Jorge (2010). Juan
Carlos Jiménez Rufino, La Mona. Editorial Raíz de Dos. Córdoba.
DOMINÉ, Marcela (1999). “Autobiografía literaria” en (1999). Letrados iletrados: representaciones de lo
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DE CERTEAU, Michael (2000). La
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GUBER, Rosana (2006). “Identidad
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HEPP,
Osvaldo T (1981): La soledad de los
cuartetos. Editorial Letra. Córdoba.
JIMÉNEZ,
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LUDMER,
Josefina (1988). El género gauchesco: un
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_____________ (1992) “Ficciones de
exclusión” en Heloisa Buarque de Hollanda (ed), Y nosotras latinoamericanas? Estudos sobre Genero e raca, Sao
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RAMA, ÁNGEL. “La narrativa
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58 a
VIDAL, Hernán (1987). Poética de la población marginal:
Fundamentos materialistas para una historiografía estética. Ed. The Prisma Institute, Serie
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Minneapolis .
ZUBIETA, Ana María (1999). Letrados iletrados: representaciones de lo
popular en la literatura. Editorial Universitaria de Buenos Aires SEM.
[1] Se le llama “cuarteto” al
género musical popularizado en Córdoba (Argentina). Su nombre se debe a que, en
sus comienzos, el primer grupo en tocar cuarteto, El Cuarteto Característico
Leo, se compuso de cuatro músicos y cuatro instrumentos. Surgió en las zonas de
inmigrantes de Córdoba donde las orquestas tocaban el pasodoble y la tarantela,
estilos que fusionados dan origen al ritmo(ver HEPP, 1988: 59 a 71)
[2] Debemos
señalar que nos encontramos frente a una noción compleja de “autoridad”. Los
cantantes de cuarteto suelen “comprar” las letras de las canciones, aunque
siempre hay una intervención de su parte al seleccionar, organizar e incluso
modificar las letras. Por eso, en este caso, hablamos de “agente social”, y nos referimos a quien
canta esos temas y no necesariamente a quien los compone. Pues, como veremos,
el público reconoce en esa figura la pertenencia de esos discursos.
[3] Dos de los letristas más
conocidos de La Mona, son Aldo Kustin y Carlos “Pueblo” Rolán.
[4] Según Vidal y también De
Certeau, no se debe dejar de lado el “uso” que se hace de los discursos ya que
allí son visibles las tácticas (ver arriba) que
los pobres operan cuando parecen “no tener voz”, pero ella está incluida
en el lugar performativo de los
discursos que éstos reconocen como propios.
[5] “. En la biografía de Jiménez
escrita por Cuadrado, el cantante se define como un marginal (CUADRADO, 2010:
218-219).
[6] “Sí... Mi viejo era muy
pobre/y no tenia pa´ darme de comer. / Dejé segundo grado/
y tuve que salir a trabajar./ Sí... A veces yo hago changas/Y otras soy peón de albañil,/Pues no me dan trabajo/si no soy perito mercantil./La sociedad dice/que soy un marginado más/la misma que me usa para poder escalar”
y tuve que salir a trabajar./ Sí... A veces yo hago changas/Y otras soy peón de albañil,/Pues no me dan trabajo/si no soy perito mercantil./La sociedad dice/que soy un marginado más/la misma que me usa para poder escalar”
[7] Para Ludmer, la gauchesca representa el doble uso que la nación hace
del gaucho: a través de su cuerpo, aprovechado por el ejército patriota principalmente en sus
luchas por la independencia, y a través de su registro oral (su voz) utilizado
por una cultura letrada en la conformación de una tradición que encarna
los más altos ideales de la patria y que además acude al género, en un primer
momento, para integrar a los gauchos a la ley civilizada (LUDMER, 1988:17).
[8]Para Rama, precisamente una de las sabidurías del proyecto oficial de
la cultura dominante consistió en no negar e ignorar (como hicieron las
culturas andinas de dominación) a los productos de las subculturas, sino que se
los integró al plan de encuadre
ideológico, claro está, neutralizándolos y despojándolos de sus violencias
reivindicativas. De José Hernández a Gabino Eseiza, del pericón al tango, del
gaucho al compadrito, de Florencio Sánchez a los saineteros, todo producto de
las subculturas fue molido en la rueda del plan de dominación” (Rama, 255).
[10] “No te
preocupes por este clavel del aire, /no te preocupes por mí, ey
(…)/ soy en parte un poeta y aparte un pensador, / soy prisionero de
mi entorno por querer ganar todo con sudor,/ por querer trascender sin
tener que decir gracias, ni pedir perdón (…) el día que muera mi universo
absoluto volverá a nacer,/ seré la unión de los polos opuestos,/
seré rebelión y me llamarán cuarteto por supuesto,/ no importa
donde esté, este negro cuartetero será siempre lo que fue,/ a fuerza de
voluntad, fuerza de buey, yo solo digo y actúo sin meditar (…)Y para ti no es más que mi hediondo idioma esta
balada (…) / esta es la realidad de mi universo incierto/ yo soy y
seré para vos ese negro de que solamente quiso cantarle a la gente, la
gente que más necesitaba,/ por eso no te clavaré la espada, preocúpate por
ti, (…)por eso... viva el cuarteto! viva!!
[11] Entre otros, quien ha
abordado la relación entre el cuarteto y
los consumidores “más humildes” de la clase trabajadora es Osvaldo T Hepp en La soledad de los cuartetos quien destaca el prejuicio latente entre
aquellos que califican al género como “cosa de negros”, de “gronchos”, de
“mersas”, de “grasas”, de “rascas” y otros epítetos descalificativos hacia las
características del público caracterizados como “pobres” (ver HEPP, 1988: 40)
[12] “Soy un muchacho de barrio que no tiene
horario cuando hay que cantar/soy uno mas de la esquina
de esa barra querida que no voy a
olvidar/soy un muchacho de barrio y aunque pasen los años nunca me olvidaré/
que mi escuela fue la calle,/que en la vida pierda o gane/ yo te lo juro por
esta
/Que yo nunca cambiaré”
[13] “A cuatro años, ocho meses y dos días en prisión, /una
celda oscura y fría pasó a ser mi habitación, /he gritado mi inocencia pero
nadie me creyó, /la justicia es sorda y ciega para un pobre como yo. /
Hombre rico e importante, ese fue quien la mató, /me tendieron una trampa y fui en cana por error, //nunca tuve un juicio justo, arreglaron y aquí estoy, /me cargaron con el muerto y yo me comí el garrón. / (…) /ya no tengo más visitas, ni siquiera mi mujer, /he perdido todo, todo lo que habría por perder. /Pero existe otra justicia allá arriba, la de Dios/el más rico y el más pobre tienen el mismo valor, /no coimean a los jueces, ni se premia la traición,/no se compran ni se venden los fiscales del Señor”
Hombre rico e importante, ese fue quien la mató, /me tendieron una trampa y fui en cana por error, //nunca tuve un juicio justo, arreglaron y aquí estoy, /me cargaron con el muerto y yo me comí el garrón. / (…) /ya no tengo más visitas, ni siquiera mi mujer, /he perdido todo, todo lo que habría por perder. /Pero existe otra justicia allá arriba, la de Dios/el más rico y el más pobre tienen el mismo valor, /no coimean a los jueces, ni se premia la traición,/no se compran ni se venden los fiscales del Señor”
[14] “Señor juez, yo le acepto/ Estuve mal, ¡yo, robé!/Pues me echaron del trabajo/ Estaba desesperado
Y con el diario bajo el brazo/Mil puertas golpeé. / No quedaba alternativa,/Ni un trabajo ni una ayuda,/Ni una mano solidaria yo encontré./Y mis hijos tenían frío,/Y mi mujer en un rincón lloraba./
Y mis hijos tenían hambre,/ Y yo en mis manos nada./¡Dos por uno, señor juez!/Por favor tenga piedad./¡Dos por uno, señor juez!/Que quiero la libertad./¡Dos por uno, señor juez!/Por favor tenga piedad./Que mis hijos se mueren/De hambre y de soledad./La condena estoy pagando;/Porque me estoy desangrando/Al saber que están penando/Y yo encerrado aquí.../¡Dos por uno, señor juez!/
¡Conmúteme esa pena!”
[15] Eric Hobsbawm, en sus clásicos estudios de bandidismo
rural, elabora un prototipo del llamado “ladrón noble” a partir de las
siguientes características :1)se trata de un sujeto que inicia su carrera fuera
de la ley, no a causa de un crimen sino como víctima de una injusticia, o
debido a la persecución de las autoridades por un acto que éstas, pero no la
costumbre popular, consideran criminal; 2)corrige ”los abusos”; 3) roba al rico
para dar al pobre; 4) no mata nunca si no es defensa propia o en justa
venganza (citado por MÍGUEZ, 2008: 170).
[16] Recordemos que, dentro de la literatura, el criminal heroificado por ser también él
perjudicado por una injusticia, tiene una gran tradición desde Juan Moreira, que “hace la travesía
necesaria del justiciero popular; el pasaje de la legalidad a la ilegalidad por
una injusticia” (LUDMER, 1999: 233).
[17] Nótese que en los temas
que estamos abordando no existen modismos o giros verbales propios del hablar
de la clase popular cordobesa. También resalta la ausencia de la descripción
sobre los ambientes marginales, lo cual acompaña la teoría de Borges de que,
así como los verdaderos gauchos no hablarían todo el tiempo de La Pampa o los
caballos y no forzarían su idioma para seguir los modismos típicos de la
gauchesca sino que querrían esforzarse por hablar como los demás, de mismo modo
el código receptores (humildes)- emisor humilde no necesita explicitar la
descripción de la pobreza en su narración. A diferencia también del tango
nostálgico, el arrabal aquí no constituye el espacio perdido y añorado de la
juventud del poeta, sino que esta implícito y vivo en el presente en las
letras.
[18] George Simmel observa que las mujeres coquetas son a menudo
dominantes, pues a través de este gesto ejercen la libertad de elegir entre sus
pretendientes (SIMMEL, 2007: 60)
[19] “El conoció tu cuerpo/lo tuvo que pagar/y ahora en el
silencio,/te busca y ya no estás/Pago por tus mentiras/para sentirse un
Dios/cuando mas te quería/el fuego se apagó/Se fue tu boca loca/buscando otro
besar/tu piel hecha de roca tenía un poder fatal (…) / Porque te has llevado/
amor al contado/su felicidad/La noche que me quieras/contigo dormiré/no pago
tus caricias,/solo me acostumbre/Muere por tus deseos/y goza de placer/y tiene
un gran delirio/que sea su mujer/ Tan solo una palabra/el quisiera encontrar/en
la magia/poderte enamorar/Tu eres el capricho/de toda obsesión/vendiste mis
cariños/siempre al mejor postor”
[20] “El ritmo que lleva el pueblo/prendido
para bailar/el ritmo de este cuarteto/picante para bailar. /Si tenés alguna
pena/prendida del corazón/si te aprietan desde arriba/y no le ves solución. /Venite para la
cita/ que hasta que salga el sol/ te vas a mover solito/cuando llame el
acordeón:/El cuarteto que yo
canto/lo canto de corazón/el mismo que Dios me ha dado/fue siempre mi
bendición/”
[21] Podemos explicar nuestro constructor teórico
“literaturas marginales” en torno a las siguientes características: a) representa las problemáticas, experiencias y sentidos o
significados propios de ese sector, por eso es portavoz
de la “cultura del marginal”, b) es objeto de resistencia simbólica para dicho
segmento social, c) promueve los “derechos” de este sector y denuncia las
injusticias del sistema que los oprime, e) es elegida como objeto de consumo
preferencial por una población marginada, d) sus circuitos son reconocidos
también como “marginales” por la clase media o burguesa, e) es una literatura
que se percibe distinta para ese público receptor: podríamos decir que se come, en un sentido antropológico, porque alimenta, fortalece la
subsistencia, calienta: palia el hambre y alivia el dolor, y h) es una
literatura con una estética que se puede reconocer como marginal pues apunta a subsistir o sobrevivir dentro de sus códigos marginales, f)A
diferencia de la concepción clasista del arte burgués, estos discursos operan con un “uso” .
[22] Precisamente en la
resistencia a ser canonizada y “archivada” dentro de una cultura hegemónica que
la legitime resiste la fuerza de esta literatura que, en términos de Kusch,
“está siendo; es decir, si bien existen varios estudios sobre el género (no a
nivel “literario” sobre sus letras sino concentrados en la explicación de
fenómeno de los bailes como hecho social) aún no está todo dicho sobre ella y
sigue siendo objeto de consumo para la cultura popular que la reconoce.
* Por razones de espacio no remitimos
la procedencia discográfica de cada uno de los temas citados.
¿Pinta tu aldea?
Disponible en http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/libros/00-09/00-09-10/nota.htm
Paisaje pintado con fernet
por Martín Cristal
por Martín Cristal
Publicado en: revista Playboy (edición mexicana),
sección Viajeros. Nº 63, enero 2008.________________
sección Viajeros. Nº 63, enero 2008.________________
Es tradicionalista, como Guadalajara; está en el centro de su territorio nacional, como Guanajuato; es beata, como Puebla; la rodean sierras y lagos, como a Morelia. No hablamos de la Córdoba de Veracruz, ni la de Andalucía, ni la de Colombia; la Córdoba que se pinta aquí es la de Argentina, la segunda ciudad más poblada de ese país. Su entorno serrano, su contradictorio cóctel de conservadurismo y rebeldía, el acento y el humor de su gente son los ingredientes hacen de ella una ciudad única… como el fernet.
El Universo es una esfera infinita cuyo centro puede estar en cualquier parte; Córdoba es una ciudad limitada cuyos centros son por lo menos cuatro. Su centro geográfico está en el cruce de las avenidas Colón y General Paz; el comercial, a dos cuadras de ahí, en el corazón de la zona peatonal; el histórico, alrededor de una plaza colonial, con catedral y cabildo. El centro sentimental —el mío— se encuentra donde se besan el boulevard San Juan y la Cañada: cuando vivía en el DF y extrañaba mi ciudad natal, deseaba volver si más no fuera para tomar un fernet (con coca y amigos) en una mesa callejera cercana a esa esquina.
El Universo es una esfera infinita cuyo centro puede estar en cualquier parte; Córdoba es una ciudad limitada cuyos centros son por lo menos cuatro. Su centro geográfico está en el cruce de las avenidas Colón y General Paz; el comercial, a dos cuadras de ahí, en el corazón de la zona peatonal; el histórico, alrededor de una plaza colonial, con catedral y cabildo. El centro sentimental —el mío— se encuentra donde se besan el boulevard San Juan y la Cañada: cuando vivía en el DF y extrañaba mi ciudad natal, deseaba volver si más no fuera para tomar un fernet (con coca y amigos) en una mesa callejera cercana a esa esquina.
Siempre que yo extrañaba la Argentina, Witold Gombrowicz salía de su Diario para preguntarme: “La Argentina… ¿el pasado o el país?”. Dudaba con razón, el polaco: el tiempo lo cambia todo y uno nunca vuelve a ninguna parte. Al “ir otra vez” a Córdoba, tuve que activar mi visión de rayos X para distinguir mi ciudad bajo la otra que le habían calcado encima. En ese proceso tuve una penosa experiencia: al mes de mi llegada, vino de visita una querida amiga mexicana. Yo debía oficiar de guía turístico, pero no (re)conocía la ciudad que debía mostrarle. Me la habían cambiado, era otra.
Además, ¿qué le iba a mostrar? ¿Iglesias coloniales, de las que en México hay millones? ¿La plaza, comandada por un San Martín de bronce que les señala a las palomas hacia dónde pueden irse todas juntas a cagar? Hice un esfuerzo y la llevé a la cercana Villa Carlos Paz, modesto edén del turismo doméstico argentino, pero cuando llegamos llovía y no había un alma en las calles. Empapados, caminamos hacia el símbolo de aquel pueblo espectral. Londres tiene el Big Ben; más elemental, Villa Carlos Paz tiene un reloj cucú gigante (que la guía Lonely Planetno duda en calificar de “monstruoso”). Gracias a la lluvia, no nos cruzamos con las habituales familias clasemedieras que esperan que el minutero marque el momento en que podrán fotografiar al pajarraco. Como en el camino le fui adelantando a mi amiga cuán absurdo era aquel adefesio, no pudimos más que reír cuando lo avistamos, mojado y solitario en su glorieta.
Como guía fui un fiasco. Cada bar al que quisimos ir estaba cerrado o había cambiado de ambiente o dirección. Para colmo, en esos días tuvimos fugaces diluvios y hasta un inusual tornado que se llevó un par de barrios enteritos. El clima también había cambiado en Córdoba.
Tres años después, creo que puedo ser un mejor guía para ustedes. Ahora sé, por ejemplo, que en el Cabildo funcionan varias salas de exposiciones y la comisaría, y que en esa comisaría funcionó un centro clandestino de detención durante la dictadura militar. Donde era la Escuela Olmos, ahora es el Patio Olmos, un shopping center. Una vieja usina es ahora una sala de conciertos llamada la Vieja Usina. Donde era la Casa Radical, hoy hay fantasmas. Donde era el Concejo Deliberante, hoy hay cenizas. Donde era el Palacio de Justicia, hoy sigue sin haber eso. Donde había grandes cines, hoy hay tiendas departamentales o iglesias de dudosa cepa. “Córdoba, la bizantina: una iglesia en cada cuadra y una puta en cada esquina”. Aunque hay más iglesias que ayer, las putas están ganando la partida: su rubro ocupa cada vez más centímetros de columna en el diario local, que no es tan local desde que fuera fagocitado por otro nacional.
Donde era el Rancho Grande sigue siendo el Rancho Grande, un restaurante que les recomiendo. Ahí fue la fiesta de casamiento de mis padres; ahí también nos invitaba a comer mi abuelo en época de vacas gordas. Hoy todos prefieren la soja y las vacas están tan flacas como mi abuelo. El casamiento de mis abuelos fue en el salón del Círculo Italiano, donde hoy funciona el Cine Club Municipal. Cada vez que entro al cine, digo: “permiso, soy el nieto de la novia”. La novia falleció el año pasado.
En Córdoba no hay ruinas, a excepción de alguna cripta jesuítica y de toda la flota del transporte urbano de pasajeros. La azotea de la Torre Ángela es el lugar más lindo de la ciudad, porque es el único lugar desde el cual no se ve la horrorosa Torre Ángela. El Suquía es nuestro raquítico río, tan radioactivo como el de Springfield; encorsetado por un canal de cemento, se desmadra después de cada tormenta. Tenemos edificios públicos que quisieron ser vendidos por izquierda, izquierdas que marcharon gloriosas hacia el centro y un casco céntrico del que hoy todos huyen: las clases altas se atrincheran en barrios cerrados suburbanos, o countries(también existen los suburbios pobres, aunque ahí nadie va porque quiere). Si el paraíso dominical de la clase alta es elcountry, el de la clase media es el shopping, y el de la baja, el parque Sarmiento. Mi paraíso dominical: no tengo. Los domingos no me siento en el paraíso.
El Chango Rodríguez cantaba: Adonde quiera que vaya / me bautizan otra vez: / porque hablo con la tonada me dicen el Cordobés. Cierto: el acento de los cordobeses es inconfundible. E indeleble: hay que oírla a mi prima —que lleva 30 años en Israel— cuando regaña a sus hijos en hebreo con el “cantito cordobés” intacto. Ese acento provoca que hasta el más serio de nuestros planteos se oiga como un chiste. El humor de los cordobeses goza en la Argentina de la misma simpatía a priorique en México tiene el de los jarochos. Quizá lo que consolidó esa imagen fue la difusión nacional que en su momento tuvo la mítica revista Hortensia, de Alberto Cognigni, a quien le han levantado un busto no lejos del Hospital de Clínicas. Por esa zona también están la cervecería Córdoba, el cuartel general de los Lomitos 348 y la escuela Manuel Belgrano, la mejor de la ciudad. Dicen que en un edificio viejo de la calle Obispo Trejo hay otro colegio más o menos bueno, pero no me acuerdo el nombre. Éste queda cerca de “la Compañía de Jesús”, que no se sabe si es la razón social de una empresa, una expresión de deseo o la iglesia más linda de la ciudad.
En el fútbol de Argentina, el “arco” es lo que en México se llama la “portería”. El Arco de Córdoba no es una portería, aunque algo de portero tiene, ya que está ubicado en una de las entradas de la ciudad; el turista puede llevárselo impreso en una caja de alfajores. Nuestro estadio de fútbol es el ChateauCarreras. El ABC del fútbol cordobés se resume en una sola de esas letras: la B. Definitivamente, el fútbol local es clase B. En cambio, en el básquet, Atenas de Córdoba fue varias veces campeón nacional. De todos los artistas que viven en la zona de Unquillo, el mejor es un tenista de apellido Nalbandian. Otra gran pasión local es el rally, que nos visita una vez por año. En cuanto al rugby, aquí es un deporte de niños bien; el únicorugbier de Córdoba que alguna vez tuvo una idea más o menos parecida a las del Che Guevara fue, precisamente, Ernesto Guevara, quien se crió en Córdoba y se tituló de médico en su universidad.
La UNC fue la primera universidad argentina y todavía le confiere a Córdoba el apodo de “la Docta”, así como el privilegio de rebosar de jóvenes provenientes de todas partes. Ellos nos dejan su vitalidad vibrando en las calles; ellas, un ramo de escotes y hermosas piernas cuando llega la primavera. Hablando de piernas: podrá no gustarte el cuarteto, pero a la Mona Jiménez siempre tendrás que agradecerle la guirnalda de chicas en minifalda que adorna el puente Santa Fe los sábados por la noche, todas ellas listas para bailar, besar y beber fernet. Por cierto, la etiqueta de fernet Branca nos informa que este famoso amargo se fabrica en Milán desde el año 1845; lo que la etiqueta no dice es que, a la fecha, la ciudad del mundo donde más fernet se bebe no es Milán, sino la de un servidor (digo “un servidor” porque cada vez que puedo me sirvo uno).
En verano, la ciudad se vacía: todos cambian su asfalto hirviente por la frescura de los ríos serranos y el mate adulterado con peperina, por las caminatas, cabalgatas y los deportes al aire libre en los valles de Punilla, Calamuchita o Traslasierra, o bien por los festivales de doma y folklore de Jesús María o Cosquín.
Los invito a Córdoba, mi pueblo grande, mi infierno chico, un lugar ideal para crear un cúmulo de personajes y seguir su derrotero por la zona peatonal sin necesidad de inventar Santa Marías ni Yoknapatawphas. Si se animan, mi casa es su casa: la encontrarán en Google Earth a los 31º 24’ 48” de latitud Sur y los 64º 12’ 23” de longitud Oeste. Ahí está mi Ítaca, sin mar y sin Penélope. Ésa es Córdoba, la de siete letras, como el título de cualquier novela de Juan Filloy.
© Martín Cristal, 2008www.martincristal.com.ar
Disponible en http://www16.brinkster.com/martincristal/
Rescate de una voz subterránea
Un sello local publicó "No sé por qué se debe morir", antología del poeta cordobés Alberto Mazzocchi, cuyo trágico final se produjo en 1960.
Juliana Rodríguez
De nuestra Redacción
jrodriguez@lavozdelinterior.com.ar
De nuestra Redacción
jrodriguez@lavozdelinterior.com.ar
La primera vaga referencia que la mayoría tiene de Alberto Mazzocchi remite al poeta que, a los 22 años, se quitó la vida en el Parque Sarmiento, en 1960. El resto de la información sobre él está marcada por el rumor, el mito, la huella difusa de un fantasma del que nunca se supo demasiado. Además de ese final trágico que ocupó las páginas policiales de los diarios, y ese halo punk de Live fast die young que muchos le adjudicaron años después, Mazzocchi dejó una buena cantidad de poemas que siempre parecieron destinados a la circulación subterránea.
El escritor y periodista Iván Wielikosielek se topó en 1995 con uno de ellos y, desde entonces, se dedicó a acercarse a su obra, sus textos perdidos, su vida, hasta publicar este año con la editorial Llanto de Mudo No sé por qué se debe morir, 37 poesías de Mazzocchi, más un apéndice que intenta aclarar un poco su difusa biografía.
Hasta ahora, su obra había permanecido prácticamente inédita: se publicó en 2004 en Las Varillas (ciudad natal del poeta) Alberto Mazzocchi: introducción a su poesía, con algunos textos rescatados de la Web; antes, aparecieron dos cuadernillos en Montevideo en 1969 y 1970; y una edición bilingüe en Francia, en 1985, Poèmes-Poemas (editorial L’Harmattan) publicada por Federico Undiano, escritor, dramaturgo, amigo y figura clave en la vida de Mazzocchi.
Reconstrucción. De la edición francesa provienen los poemas que componen este libro. "La selección no fue fácil. En ese corpus había una cantidad de poemas de distinta calidad. Mazzocchi no podía saber que su ‘testamento’ iba a estar formado únicamente por los poemas que Undiano fue recopilando. Seguramente hay muchísimos más dando vueltas por ahí, en alguna parte de la ciudad de Córdoba", explica Wielikosielek.
En los textos, muchos sin título, hay dos poesías en homenaje a Paul Éluard y a Dylan Thomas que dan algunas claves de sus influencias. "Su poesía no tiene nada que ver con lo que se escribía en los años ’50 en la Argentina, mucho menos en Córdoba. Aquí había una poesía academicista y otra más experimental, y Mazzocchi no pertenecía a ningún grupo. Escribía con una simpleza demoledora, su yo poético está hecho con su misma carne y su misma sangre, con su misma experiencia vital. Son versos para viajar, no para construir escuelas de poesía", considera Wielikosielek.
La muerte, la inquietud por entender lo definitivo, el vértigo de una inminente caída, la oscuridad de la noche, del invierno, de un lago, son algunos temas en los que indagan los poemas. Ante lo cual Iván reflexiona: "Hay algo tremendamente zen en sus versos, una hondura, un silencio detrás de lo que se dice, un vértigo de precipicio. Como si sus textos hubieran estado escritos desde un estado de fascinación de saber que su yo se estaba desconfigurando, de la imposibilidad de habitar poéticamente la tierra".
Y, más que al perfil de un enfant terrible de la literatura, enlaza el nombre de Mazzocchi al de figuras del rock. "Tipos como Syd Barrett o Kurt Cobain compartían su mismo palo existencial. Lo que en Barrett era viaje alucinógeno y en Cobain grito desgarrado, en Mazzocchi era un susurro zen", añade.
Vida breve. En el libro, la primera hoja muestra una foto en blanco y negro en la que Mazzocchi mira la cámara, con las manos cruzadas sobre el pecho. La mirada, sombría y melancólica, choca con la juventud casi escandalosa que emana de un cuerpo flaco, del rostro de apenas un chico, y de su pose, sentado con las piernas cruzadas. Nada en la imagen excepto la calidad de la foto podría indicar que es de 1958, cuando tenía 20 años.
En el apéndice hay algunas referencias a la vida del poeta, breve, caótica, y con los condimentos necesarios para una biografía excepcional: varios intentos de suicidio, internaciones con electroshock, una relación conflictiva con su madre, una relación tempestuosa y pasional con Undiano, una boda con una mujer 10 años mayor, y una persecución de la policía en pleno mediodía por el Parque Sarmiento, que terminó con su suicidio ante dos oficiales y un colectivo lleno de pasajeros, atónitos testigos de su final.
"Creo que la vida y la obra de Mazzocchi es un todo indisoluble –opina Wielikosielek–. La manera en que pasó por el mundo, tan dura, tan rara, hace que sea más fascinante y es, para muchos, una puerta de entrada a su obra. Pero su poesía se basta por sí sola, más allá de la locura de su biografía".Y rescata también una relación paradójica entre ambas: a diferencia de su vida, signada por el ruido, su poesía está escrita con sobriedad, casi en silencio.
Excepto por una obra de teatro que Alejandro Finzi dirigió hace un par de años, el nombre de Mazzocchi no se destacó en los últimos años. Iván cierra: "Es un poeta que no existe en el imaginario de la ciudad, apenas en un par de escritores o críticos. La idea de este libro es hacerlo circular y que dialogue otra vez con la literatura y la ciudad en la que vivió". El libro se consigue en Llanto de Mudo (Galería Cinerama).