Soy una investigadora de la literatura cordobesa de las últimas décadas. Publico este blog, con la intención de difundir la obra de nuestros mejores escritores natales y compilar sitios de interés para nuestra cultura cordoooobesa.
sábado, 21 de febrero de 2015
martes, 17 de febrero de 2015
Apuntes sobre la "Nueva Narrativa Argentina" en Córdoba :Falco, Lamberti, Arias, Almeida, Gaiteri, Tejerina
Clase de la materia Literatura Argentina II,
Año 2014
Por Mariana Valle, profesora adscripta.
Los autores escogidos en este corpus de
narrativa contemporánea argentina abordan las distintas estéticas articuladas dentro del campo de la producción literaria cordobesa, problematizando y ampliando nociones tales como "nueva narrativa", "generación", "vanguardia vs tradición", "reconocimiento", etc. como así también las nociones de "regionalismo", "localismo" y los puntos de encuentro y de fuga en un campo que fija reglas disímiles y que a veces los encuentra publicando en su sitio natal y muchas otras en otro sitio.
El contexto histórico:
¿Qué caracteriza a la nueva narrativa
argentina? Evidentemente la multiplicidad de estéticas hace imposible sentar un
rasgo formal distintivo de esta "nueva generación", cuyos límites
como señala Abrate son también difusos. Podemos abordarla desde la noción de
campo de Bourdieu, como un esquema de relaciones complejo que se comparte (en
canales de difusión, de encuentros, premios y distinciones, antologías
compartidas y otros encuentros, además de una coexistencia espacio-temporal y
una referencialidad histórica también compartida)
Esta serie de relatos propuestos forman parte
de la primera y segunda década del siglo XXI,pero muchos de ellos están
ambientados entre los años 70, 80 y 90. Si tomamos en cuenta que los narradores
cordobeses tienen hoy entre 30 y 40 años, la recuperación de su pasado
adolescente se inserta en la posdictadura: el retorno de la democracia a través
del alfonsinismo y la década neoliberal menemista.
En algunas de las novelas, como en el caso de
El Colectivo de Almeida se aborda un hecho histórico que es, por otro lado,
frecuentamente revisado en la narrativa contemporánea: la última dictadura
militar.
En su novela, ganadora del Premio
Internacional Dos Orillas, Eugenia Almeida realiza una pintura de la dictadura
enfocando en el infierno chico de un pueblo yermo: “Tengo el recuerdo de ese
clima tan silencioso, un silencio que se sentía”, dice uno de los personajes.
El refrán “pueblo chico, infierno grande”
sobrevuela esas páginas de El colectivo
(Edhasa). En un chato y minúsculo pueblo de provincia (con la tierra que se
resquebraja como un cartón y el cielo encapotado) la hostilidad y la opresión
no provienen del paisaje tan poco hospitalario sino de sus mezquinos
habitantes.
La
alteración de una rutina, el colectivo que pasa sin detenerse en la parada
prevista, precipita la circulación de viejos rencores.
La peluquera y el farmacéutico acusan al
comisario de borracho; las diferencias de clase se subrayan con la misma saña
con la que un chico aprieta su lapicera hasta agujerear la hoja del cuaderno;
las líneas divisorias se ahondan entre los que viven del “lado de acá”, las
fuerzas vivas del pueblo, la gente bien, decente y trabajadora, y los del “otro
lado”, putas, delincuentes y vagos.
La alfombra con la que se tapó la suciedad se
descorre como un telón. Y una pareja joven, extraña a ese cuerpo social que se
desquicia, de paso por el hotel del pueblo, quedará en el medio de una
“emboscada”, aislados, como los lugareños, pero sin escapatoria.
Recién en el tercer capítulo se desliza una
referencia epocal, 1977, que pone los pelos de punta de los lectores. Lo que se
dice y se omite, material más denso aún que las habladurías y rumores, está
cincelado por el terror de la dictadura militar.
En la novela "El Colectivo" de
Eugenia Almeida la interrupción de un gobierno democrático a manos de las
fuerzas armadas durante la última dictadura (1976-1983)es abordada como una
interrupción del curso normal de una historia pueblerina y como una oportunidad
de segregar fìsicamente a los sujetos ya segregados discursivamente por
constituir una "otredad" amenazante a los valores burgueses, al
"medio pelo" de la clase media argentina.
Hay una necesidad recurrente en la producción
artística argentina de volver a esos años dictatoriales, una lucha por recuperar
el peso de la memoria para evitar su perpetuidad en el presente, hasta en los
gestos más imperceptibles, pero que hacen pensar que el discurso dictatorial no
está muerto en tanto aparece en otros discursos (periodísticos, leguleyos,
farandulescos, como se puede observar plenamente en el excelente libro de
Felipe Pigna "Entrevistas con el Pasado").
Segùn Roco Carbone y Ana Ojeda: "En
nuestra cultura cada vez es menos frecuente la relación yo-tú , y cada vez es
más frecuente el contacto instrumental del otro, que pasa a existir
exclusivamente cuando es un obstáculo o cuando lo necesitamos", cuenta un
psicoanalista, Alfredo Painceira. Este individualismo rabioso, a ultranza,
individualismo que es falta de solidaridad y de comunicación, incapacidad de
crear lazos sociales duraderos, es una de las herencias más pregnantes e
invisibles que nos dejó la dictadura. Su caballo de Troya, digamos.
(Carbone,Ojeda,2010:15)
En esta novela hay, también, un asedio
constante al lenguaje y a su posibilidad de comunicarse, de llegar a otra
persona. La recurrencia de esta idea, de los "vacíos" del lenguaje a
través de sus clichés en la clase media evoca otra novela sobre la dictadura y
el exilio, la de Tununa Mercado "En estado de Memoria".
Explica Almeida:
Me desvela la gran incidencia que tienen las
pequeñas cosas que decidimos todos los días individualmente, que parecen
menores.
El lenguaje puede ser una maquinaria de
opresión. Los argentinos todavía no podemos modular la dictadura. Hay que
escuchar cada vez más voces y desestimar esos discursos que fingen una herida
cerrada, cicatrizada (...) . No hay maquinaria más ambigua. que el lenguaje El
lenguaje nos da la falsa serenidad de que nos entendemos, pero hay que ser
desconfiado y preguntarse. Y la forma de pregunta es la duda"
Tal vez por esa necesidad de recuperar el
pasado, pero sin idealizaciones ni heroísmos es que conscientemente Almeida
elude hablar de organizaciones armadas como refiere ante la pregunta del
entrevistador:
"No hay ninguna alusión a Montoneros o
al ERP, es cierto. Cuando terminé la novela me dije: “¡Qué bien, no tengo que
borrar nada!”. El tema de las organizaciones armadas es muy delicado, complejo,
y lo estoy tratando de comprender. La construcción del guerrillero está lejana
a mis preocupaciones, pero lo más importante es que no está en el horizonte de
los personajes de la novela"
Reconstrucción del pasado:
"La Historia es una pesadilla de la que
estoy tratando de despertar." (James
Joyce) Para Saer "lo que quiere decir Joyce es que el camino de la
ficción es salir de la Historia para dirigirse al mito. En esa combinación de
elementos, entre lo que es Historia y lo que es mito, encuentra su lugar el
relato o la poesía. El objetivo nunca es histórico. El objetivo no es restituir
o interpretar la Historia sino crear una dimensión mítica que tenga valor en
todo tiempo y lugar." (citado por Ojeda y Carbone en Literatura argentina
siglo XX: de Alfonsín al menemato).
Esta perspectiva de la memoria como registro
mítico es clave para comprender de qué manera el contexto real opera en los
relatos escogidos aquí, que buscan la reconstrucción de la memoria en el
presente por fuera de cualquier interpretación lineal de los hechos adscripta
al discurso oficial, periodístico, histórico en su sentido estricto.
No se trata de reconstruir la Historia con
mayúsculas sino la memoria de un pueblo, sus "estructuras de
sentimiento" (Williams), el asedio al pasado en toda la extensión de las
huellas en el presente.
Hernán Tejerina en su volumen de cuentos
"El Aparecido" crea un puente entre el pasado -incluso mítico,
bíblico- y el presente para captar las diversas capas de profundidad de los
hechos, usando la ficción como pasaje constante de un plano a otro.
En "El Aparecido", un personaje es
preso político y torturado varios días hasta que muere. Su cajón es llevado
hasta una fosa común marcada con números romanos (lo cual no es casual pues se
considera a la cuna de la civilización romana como la validación del sistema
opresivo moderno. Luego el personaje aparece, treinta años después, en su
pensión observando las pastillas de arsénico para él y sus amigos, en una
especie de reinvidicación narrativa de lo que pudo ser, del pasado que no muere
en tanto es la memoria de un pueblo.
En "El Buen Ladrón" aborda el
discurso bíblico a través de los dos semblantes de Jesús en el nuevo y el viejo
testamento. Un hombre, condenado a muerte, espera ser el "buen
ladrón" de la pasión de Cristo, pero su falso arrepentimiento no es
merecedor del amor de Cristo.
"El legado" es una versión
terriblemente cruel de una situación real: el destino trágico de Barón Biza y
sus descendientes
Tejerina posee una visión de la crueldad como
hecho casi natural que convive con los personajes siniestramente como una gran
parca con reloj en mano.
El tierno recuerdo de un Borges desalmado
ante la muerte materna -con remordimiento- y otros textos son la diseminación
de un concepto recurrente: derribar lo impuesto, lo mítico, sobre la piel de
otra curiosa historia universal -y también cordobesa- de la infamia.
Farmacón es una droga conque Platón ilustra
un diálogo socrático: se dice que "farmacón" es la escritura. El arte
de crear, pero del cual se debe desconfiar porque puede ser falso. De cierta
manera, la escritura es la mejor exponente del arte de los sofistas.
Esa concepción se plasma en los textos de
Tejerina, en especial en "Gramática del Homicidio".
Mediocracia:
Otra de las series propuestas es la de
Gaiteri-Almedida con respecto a su asedio al lenguaje y a los discursos vacíos
e instrascendentes de la clase media.
La novela "La pieza del fondo" de
Almeida describe una situación mínima, casi cotidiana, pero que roza el absurdo
cuando los protagonistas (como es frecuente en varios relatos de la escritora)
se obsesionan por modificar esa realidad a su voluntad.
Un hombre –al parecer un mendigo- aparece
sentado en el banco de una plaza y se niega a hablar (o bien no puede hacerlo),
lo que obsesiona a la protagonista –la moza del café de enfrente- y a un
policía que solidariamente pretende ayudar a la joven, enfrentándose a las
burlas de sus compañeros y a la negativa de su superior a involucrarse en el
tema (incluso el supuesto “mendigo” es detenido a causa de una inspección
policial en la que el hombre no puede –o no quiere- dar cuenta de su
identidad).
Este relato pone en relieve la incapacidad
del diálogo entre el "ser" y el "otro" que definieron
Benhabib y Spivak. En La pieza del fondo se ponen de relieve bajo la
superficie discursiva y la trama del relato una serie de “lugares comunes” a
los cuales llega buena parte de la sociedad cuando, en su afán de ejercer la
caridad sobre el extraño, termina negando las diferencias de aquellos, de
manera sistemática hasta que ya el lenguaje no puede sino encubrir en vez de
acercarnos.
El personaje está construido como un “otro
radical” (el marginado), que trata de ser “incluido” en el sistema social por
la moza y luego su amigo el policía, sin éxito alguno.
El narrador omnisciente reflexiona sobre el
lenguaje: palabras que no dicen nada, letras que se hilvanan en un discurso,
pero no cubre el tejido que les permita salir a los personajes de su gran
soledad interior,
“El sonido que no dice nada. El significado
que sólo está en el hueco, hueco sin red, entre una letra y la otra” (Almeida,
2010: 92)
En Nivel Medio de Gaiteri también se aborda
la opacidad de la clase media, los "personajes grises" en abismo,
buscando un orden trascendente a sus vidas: En la novela hay una alternancia de
dos narradores en primera persona. Claudio, profesor de Lengua del secundario
que se acaba de separar y narra sus sensaciones en torno a ese nuevo esquema de
vida que se articula en diferentes formas de ejercer su paternidad y sus ocasionales
amantes y Julio, la actual pareja de su ex mujer.
La aspiración de Claudio era se escritor:
"En aquella época tenía la arrogancia de pensar, y muchas veces hasta de
decirlo, que yo no era un escritor sino un profesor que daba clases de
Literatura."
Sin embargo, tiene claro sobre lo que no debe
escribir. En el pasado había escrito sobre el "conflicto moral" de un
muchacho, que se entera del pasado nazi de su abuelo, de quien había aprendido
el oficio de tatuajista. Su abuelo "había sido el encargado de marcar
presos en un campo de concentración".
El asunto le parecía "imposible de tratar de manera literaria: el espanto en el mismo momento que se busca el sonido de las palabras, el ritmo de la frase. Un tema con el cual, estaba comprobado, se podía ganar concursos y consideración pública". Pero la pregunta que se hacía a sí mismo y que en algunas ocasiones había planteado ante la mirada pasmada de quienes lo oían era: "¿es lícito obtener notoriedad y dinero gracias al dolor ajeno, gracias a las víctimas de ese horror, de esa vergüenza humana?" La problemática de Claudio se centra más en sus ansias de escribir y en sus experiencias como docente. Proviene de una familia disfuncional. Su padre los abandonó (a su madre, a él y a su hermano) siendo pequeños. (Chas, 2012:301)
El asunto le parecía "imposible de tratar de manera literaria: el espanto en el mismo momento que se busca el sonido de las palabras, el ritmo de la frase. Un tema con el cual, estaba comprobado, se podía ganar concursos y consideración pública". Pero la pregunta que se hacía a sí mismo y que en algunas ocasiones había planteado ante la mirada pasmada de quienes lo oían era: "¿es lícito obtener notoriedad y dinero gracias al dolor ajeno, gracias a las víctimas de ese horror, de esa vergüenza humana?" La problemática de Claudio se centra más en sus ansias de escribir y en sus experiencias como docente. Proviene de una familia disfuncional. Su padre los abandonó (a su madre, a él y a su hermano) siendo pequeños. (Chas, 2012:301)
La voz de Claudio reproduce el entorno de la
docencia que el autor conoce muy bien pues es en parte su oficio. En la novela
el protagonista es un escritor que, según Gaiteri, "aún no tuvo la
posibilidad de mostrar su arte", su deseo de ser un escritor se proyecta a
través de la figura de un alumno destacado en su clase. Es un ejercicio
metaliterario, Gaiteri (recordemos) es uno de los pocos autores que escoge
seguir publicando en Córdoba, él mismo ha dicho que su escritura se resite a
abordar los grandes "sismos" de la historia local y universal,
prefiere adentrarse en los dilemas de esos personajes que se debatan
existencialmente entre los "días grises" de la vida cotidiana.
Ambos autores fijan la mirada en la clase
media actual, a la que halla sin grandes expectativas, ni logros
espectaculares, sin reconocimiento social; sumergidas en una medianía
insatisfecha y agobiada. El lenguaje empleado es conciso y preciso, acorde a lo
que se narra, grandes climas logrados con palabras simples constituyen la
destreza narrativa de ambos, ami entender.
El legado del realismo sucio:
El realismo sucio latinoamericano, guarda
profunda relación con el dirty realism norteamericano del cual el novelista y
poeta Charles Bukowski es su máximo exponente. Se trata de un movimiento que
rechaza la perspectiva del realismo mágico de los 60 y, por el contrario,
propone una mirada objetivista sobre los procesos de pauperización de los
pueblos latinoamericanos, su repercusión en la debacle de las clases medias que
forman lo que González denomina "los nuevos pobres", la exclusión de
las clases populares a servicios básicos y su progresiva lumpenización.
El rechazo al realismo mágico obedece a una
necesidad de adentrarse en la complejidad del mundo latinoamericano sin ningún
tipo de mitificación, captando su inserción en el panorama de la economía
global con sus propias estrategias.
El realismo sucio busca describir
minuciosamente los efectos negativos del capitalismo, sin rodeos gramaticales
ni artificiosidad retórica, con un lenguaje simple y contundente, con el uso
generalmente de la narración en primera persona, incluso -frecuentemente -con
ciertas incorporaciones del registro autobiográfico.
Las historias son simples, hacen hincapié en
la subsistencia de estas clases oprimidas, no idealizadas y abordadas con rigor
descriptivo sin ningún tipo de voluntad aleccionadora, como era frecuente en el
realismo social decimonónico (por ejemplo Boedo).
Este legado no se toma como un dogma, pero si
se observa cierta influencia en el abordaje de situaciones cotidianas, en es
tipo de realismo no pedagógico, en la voluntad de que el lenguaje recoja todo
su coloquialismo nato, aún con sus expresiones vulgares o soeces, la necesidad
de no sublimar la experiencias de los personajes con voluntad estetizante sino,
por el contrario, hacer de la abyección y de sus miserias un acto narrativo en
sí.
El Paisaje:
A diferencia del regionalismo, en la serie
"Falco- Lamberti- Arias", los relatos hablan de una Córdoba desde sus
periferias, resaltando la cuestión del paisaje y su belleza natural
contrapuesta al hastío de sus habitantes, sus vidas grises y monótonas. La
inclusión del paisaje no obedece a una idealización del mismo sino, por el
contrario, a remarcar su omnipresencia y su influencia incluso en los
caracteres de los personajes.
En el caso
de Falco, en su novela "La hora de los cielos", la presencia
de las aves -recuperando la tradición de los "pájaros de mal aguero"-
sirve como presagio de un punto de quiebre en la voz narradora y también como
una huella de sus deseos de libertad.
En el corpus de narradores cordobeses, es
llamativo también la necesidad de narrar a Córdoba desde sus periferias, en
aquellos pueblos y parajes olvidados donde se tejen historias sobre malevos,
desaparecidos, personajes deformes y distintas leyendas urbanas que le otorgan
cierto halo de misterio a los relatos, entre los cuales sobresale en este
sentido El asesino de Chanchos de Lamberti.
La
tradición oral:
Mi tío era un buen contador de historias.
Sabía que la mejor manera de captar la atención era contando la misma historia
siempre de un modo diferente. Nunca la contaba completa (La Sed de Hernán
Arias)
Son relatos en primera persona y el núcleo de
los mismos parece ser, precisamente, esa búsqueda del relato a partir de lo que
"se tiene a mano", el legado de la tradición oral y la estructura
simple de los mismos, incluso con ciertas marcas directas de la realidad
("había una vez", "dicen que", "se cuenta que").
La
novela de Lamberti habla de los "rumores" que en el pueblo se tejen
alredor de la figura de un asesino serial, carnicero descuartizador de humanos,
una especie de Hannibal Lecter de Río Cuarto. La novela incorpora retahílas,
fragmentos de leyendas urbanas sobre personajes marginales, siniestros ( La
loca Gribaudo, una piromaniaca suicida; el hombre de los seis dedos, el
sordomudo que asiste a los cementerios por la noche, etc.)
Según Carlos Shilling, Falco advierte que
"en los pueblos chicos faltan personas y palabras, que el espacio es
ralo, que los individuos tienden a estar aislados más que conectados por el
tejido social, que la cotidianidad más tranquila no está lejos de la locura y
de la muerte y que la información que se conserva, tanto de los acontecimientos
históricos como de los hechos cotidianos, se limita a un par de datos
esenciales: nacimientos, muertes, matrimonios, infidelidades, apertura y cierre
de comercios, desgracias y accidentes varios. El resto se desvanece en el aire.
No hay testigos que los relaten, no hay memoria que los preserve, no hay
imaginación que los embellezca pero tampoco que los empeore o que les dé una
importancia que no tienen. Con esa premisa antropológica como fondo,Falco
escribe su novela" (Carlos Shilling)
Protagonismos e Iniciaciones:
La necesidad de no perder detalle de lo
descrito funciona como una necesidad del propio narrador de recuperar su
pasado en toda su extensión, sin perder matices, logrando un relato donde el
"tiempo de la historia" es considerablemente menor, en muchos
momentos, al "tiempo del relato", lo que Genette describió como
"pausa", donde la narración se lentifica hasta el mínimo y la
voluntad descriptiva se torna casi hiperrealista, lo cual se verifica sobre
todo en La Sed, de Arias, y en La hora de los cielos, de Falco.
Una estrategia narrativa que supieron
utilizar con maestría autores como Proust en En busca del tiempo perdido o
James Joyce en su Ulyses y que evoca ciertos fragmentos de Zama de Di Benedetto
o Sudeste de Conti.
En La Sed, de Hernán Arias, se contrapone
incluso la vida rural frente a la citadina, rescatando cierto lirismo del
paisaje, pero sin sublimarlo, describiendo también las duras faenas que
ameritan la vida en la pampa gringa cordobesa.
El narrador se incia en su vida adulta a
través de su contacto con la naturaleza, en la experiencia de buscar su propia
subsistencia a través de ella, cazando liebres, cortando leña, actividades que
desempeña junto con los hombres mayores de la casa, su padre, su tío. También
su primo Daniel, quien ha vivido un tiempo en Córdoba, es relevante en esa
búsqueda de la identidad proyectada en otras figuras masculinas.
En esta novela de iniciación, el tío del
protagonista ocupa el lugar que El Rengo tiene para con Silvio Astier,
inculcándole sus saberes ilegales o para Fabio Cáceres, Don Segundo Sombra, con
su hálito misterioso y fascinante.
El protagonista busca su individuación a
través de la diferenciación y no de la auto-afirmación convalidando su legado
familiar: esa voluntad de ruptura, casi inconsciente, con la tradición se
vincula más a la relación Astier-Rengo que a la de Cáceres-Don Segundo.
En La Sed, se trata del tío del
protagonista, un hombre que ha "quebrantado" ciertos valores morales
inculcados por la tradición familiar y que incluso se ríe de las ambiciones
materiales de su vecino Butiglieri, cuya
familia es la "envidia" del pueblo, pero él -según lo ha descubierto-
termina siendo un loco, un excluído de la misma, situación que sirve de reflejo
de su propia condición de "oveja negra" y que produce cierto efecto
de proyección en el narrador,
La hora de los cielos, cuenta la historia de
Tino, un joven de Rio Cuarto en pleno despertar de su sexualidad cuya vida,
azarosamente, se ve ligada a la de Alcira, una interna del mismo hospital en el
que reside su madre, enferma terminal.
Se trata de una amistad singular, pues es el
primer contacto que el narrador tiene con una mujer que, pese a su ceguera,
despierta en él ciertos deseos de encontrar su propia identidad, incluso
sexual. Alcira le transmite su interés por la figura de Perón, la cual ella
idealiza como figura masculina carismática y paternal.
A la vez, Omar, compañero del colegio, es el
otro punto fuerte en esa búsqueda de la identidad, generando en él una
sensación ambigua de amistad y deseo generada por cierta sensación de autoridad
que le provee el sentirse casi un mentor del otro joven en lo que al sexo
respecta, aunque ello se debe más al producto de su fantasía que a su propia
realidad inexperta.
En el "asesino de Chanchos" se
busca un anti-héroe, un psicópata, para proyectar la voluntad de poder y
autoridad del "yo" narrador quien, también con su novia (una hippie,
estudiante de Sociología, se ven conmovidos por su presencia.
En esta novela hay toda una recuperación de
los clichés del cine de terror, pero el discurso cinematográfico también se
percibe en Arias o Falco, donde por ciertos momentos la narración adquiere los rasgos de una cámara ubicada en un lugar privilegiado, que transmite todo lo
que observa sin discriminación alguna.
Bibliografía:
Chas, Susana. 2012. Los que pintan la aldea. Editorial Eduvim.Córdoba.
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Chas, Susana. 2012. Los que pintan la aldea. Editorial Eduvim.Córdoba.
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