jueves, 5 de enero de 2012

Ética y Estética en el encuentro con el "otro"




El Cuentadero es producto de una asamblea de escritores cordobeses llamado “El Juntadero”, que busca hacerle frente a la imposibilidad de la palabra, sobrellevar el proceso arduo de gestión, para que el acontecimiento político-cultural aflore.
No puedo no pensar que es la contratara de El Matadero de Esteban Echeverría, allí donde van a morir las palabras del “civilizado” en la barbarie.  Este cuento se podría pensar como una metáfora- más allá de las circunstancias socio políticas determinadas que a menudo logran reducir este relato a una mera crítica al rosismo- de un significado mucho más profundo. Aquí, por el contrario, se busca captar la voz del sujeto subalterno adentrarse en la “barbarie”. ¿Es un proceso violento este choque entre el sujeto letrado y el “otro” social? Recuerdo el temor del unitario en el relato de Echeverría  a verse desnudado por sus captores (prefiere la muerte antes que eso), acto problematizado en el libro Letrados iletrados, ¿no es una forma que el relato tiene de resistirse a diluirse, a perder sus formas, su identidad narrativa socavado por la presencia de este “otro”? En el poema-prólogo de Alberto Samuel a El cuentadero las palabras salen a la cancha a pelear por la alegría, por la libertad, hasta se resignan a dejar de lado el “saber” por el “sentir” que es el principal modo de acercarse al “otro”, porque en el conocimiento está el “uno” con todos sus bagajes intelectuales, pero el encuentro con el otro supone un alejarse de lo que se conoce (desaprender un poco) previamente para descubrir lo diferente, sino caeríamos en la conquista simbólica de América: Colón no conoce al americano, reconoce lo que sus lecturas de Marco Polo y otros viajantes mencionaron sobre La India, por eso el descubrimiento de América surge como un acto de encubrimiento en realidad, se abre paso hacia una ficción que es el primer relato literario occidental sobre éste “nuevo mundo”: Los diarios de Colón.
Ahora bien, según Benhabib existe un “otro generalizado” y un “otro concreto. “El punto de vista del otro generalizado nos exige ver a todos y cada uno de los individuos como seres racionales a los que les corresponden los mismos derechos y deberes que quisiéramos atribuirnos a nosotros mismos (pero) al asumir este punto de vista nos abstraemos de la individualidad y la identidad concreta del otro” (Benhabib, 2006: 182).  Por el contrario, “el punto de vista del otro concreto nos hace ver a cada ser racional como un individuo con una historia, identidad y constitución afectivo emocional concreta y- de esta manera- nos abstraemos de lo que constituye lo común entre nosotros y nos centramos en la individualidad” (Benhabib, 2006:183) En el cruce entre ambos términos surge el verdadero diálogo entre el “ser” y “el otro”. Ahora bien, en materia de literatura el problema es que –en la inmensa mayoría de los casos- no se le “presta la voz al otro” sino que, al contrario, se toma la voz del otro y esto a menudo aparece enmarcado dentro del relato que es asumido por una voz letrada (el caso excepcional, por ejemplo, sería el del Martín Fierro y la mayoría de la poesía gauchesca donde, al menos, en el acto narrativo la voz es cedida al “otro”).
Lo que debemos analizar entonces son los comportamientos asumidos frente a este  “otro” que tienen que ver con los presupuestos lógicos del narrador o “yo lírico” que deposita su mirada en él y con el modo de describirlo (la estética).
Así hay un “pobre” del cual se hacen cargo tradicionalmente las ideologías evangélico-revolucionarias surgidas del ciclo de la industrialización (González, 1997: 287). En la literatura, esta ideología asume  una mirada piadosa sobre el otro y que lo inserta en una comprensión más amplia del cristianismo como un hecho verdaderamente redentor y revolucionario. Es el tema del cuento  “Chau, espíritu santo” –de Adriana Pérez- que localiza a la Virgen  y José observando el panorama de la pobreza urbana  y hace que éstos se pregunten, asustados, “¿no tendremos más hijos, verdad?” frase que resuena como una crítica hacia la inequidad del sistema del mundo moderno e, incluso, hacia la iglesia adornada con “oro” que, al menos, presta sus grandes muros para el descanso de los linyeras en la gran ciudad. En este relato, la postura evangélica parece ser algo que se reclama por su ausencia.
 Este tipo de ficciones religiosas fueron las que cultivó Dostoievsky considerado como el gran exponente de la literatura social. El autor ruso, de espíritu cristiano y asiduo meditador del Evangelio, desborda en su obra, en especial en una de  las primeras “Pobres Gentes”, su amor innato a las criaturas todas, haciendo de este sentimiento su imperativo social y su recurso epistemológico, apartándose de las más  “frías” disquisiciones económicas elaboradas por el marxismo desde un ángulo racional. Es la prédica del mendigo que apela a la mirada piadosa del “otro” (en este caso, su “otro” que puede ser el “uno” lector o autor)  para subsistir. Parece que el pacto narrativo a veces implica mirar al otro desde la caridad, es una manera de sortear las imposibilidades de describir la pobreza y de estetizar esta experiencia  para el lector burgués.  Para Emmanuel Levinas se puede alcanzar la justicia a partir de la caridad que surge como una obligación ilimitada frente  otro (ver Levinas, 275)
Esta mirada es  la que aplica el cura José Guillermo Mariani (el mismísimo que recibió la fama –y la polémica- por el libro “Sin Tapujos”). El escritor nacido en Villa del Rosario,  fue ordenado sacerdote en 1951. Entre su labor literaria se destacan los libros: Poemas de tiempo y sal,  Espacios, En carne viva, Goteras de Infinito, Enhebrando el infinito y Poemas de Confesión y denuncia. En el siguiente poema suyo, el “yo lírico” escucha la palabra de Jesús como una “caricia” para los humildes, entendiendo incluso la violencia como un “estallido” necesario, si la justicia social se “esconde con los signos de los tiempos”:
“Guardo muy dentro el sonido de tu palabra paterna/como se guardan estrellas en una noche serena./ y con coraje de aurora/ la despierto en la mañana/ para clavarla en la carne/ de la realidad humana/tu Palabra es suave brisa/y también viento impetuoso/ Ella es caricia de humildes/ y látigo de orgullosos/el hambre y la sed le duelen/ como duelen a los pobres/ y por eso es estallido/ si la justicia se esconde/ con los signos de los tiempos/ La palabra marcha unida/ con la Vida se hace historia/ Con la historia se hace Vida” (Medina, 2003 36a).

En el poema “Mueren en las calles”, Mariani concibe la muerte en la lucha contra la tiranía y a favor de los desposeídos como un “camino de triunfo y ofrenda” y hace alusión a los desaparecidos durante El Cordobazo:
“Los mendigos que no tienen techo/ y un día amanecen tendidos/por el frío o el hambre en la calle/o borrachos de pena y de vino/Los pequeños sin casa ni padres/que no piden llegar a esta tierra/ y se van, sin pedirlo tampoco/por la fiebre o el hambre o la guerra/Los obreros que buscan justicia,/ los muchachos que luchan sin armas/por romper unos moldes que estrujan/sin conciencia sin nombre sin alma/ cuando un día su sangre caliente/moja y tiñe el asfalto insensible/ ¿Dónde está el asesino?, gritamos/y ocultando “nosotros” decimos son “ellos”/ Es que el hijo del hombre no tiene/ni aún dónde poner su cabeza (…)/ Él ha muerto allá afuera en el campo/ comulgando con los expulsados/ el que darnos su vida da todo/con ladrones está colocado/ Comunión que redime en la lucha/y transforma la calle en patena./Comunión que convierte la muerte/en camino de triunfo y ofrenda”  (MEDINA, 2003:54b)
Ahora me pregunto, ¿no es una manera de reducir al “otro concreto” bajo el imaginario del “otro generalizado” en la mirada más ética del cristianismo occidental? La contratara es el temor, problematizado en el cuento “La oportunidad” de Eduardo Basel. Brian creció sin afecto entre alcohol y drogas y subsistió gracias a la caridad, pero aprendió en la singularidad de la vida otros artilugios para proveerse de alimento, formas ilegales que prontamente hicieron mutar la mirada compasiva en temor: “el negro de mierda/el hijo de puta” quería ocupar el lugar del civilizado, persiguiendo la felicidad en el acto de la posesión material, lógica del capitalismo que involucra por igual a ricos y pobres que comparten una coyuntura político-social robó un comercio y fue asesinado. Brian tuvo la oportunidad de morir, “no es poca cosa”, dice el relato. ¿Puede hablar el sujeto subalterno? Una forma de descubrirlo es adentrarse en sus silencios y en las marcas de su cuerpo, incluso en la muerte. Cuando la mirada piadosa transmuta en temor allí tenemos el policial negro que se abre paso a la descripción del otro como “peligroso”. Son fragmentos de un mundo marginal que no se define taxonómicamente, allí donde hay violencia, puede haber amor, donde hay crueldad, puede haber compasión…

AAVV (2009). El cuentadero. Carpetas de Antología. Ediciones El Juntadero. Cba.
BENHABIB. Seyla (2006) El ser y el otro en la ética contemporánea. Editroial Gedisa. Barcelona.
GONZÁLEZ, Horacio (1992). “El sujeto de la pobreza: un problema de la teoría social” en Cuesta abajo, los nuevos pobres: efectos de la crisis en la sociedad argentina, Ed. Losada. Bs. As.
LEVINAS, Emmanuel (1996). “Violencia del rostro”. En: Revista Nombres. 8-9 (1996). U.N. de Córdoba.
MARIANI, José Guillermo (2003). “La palabra es historia” en MEDINA, Mariano.  La pisada del unicornio. Publicado por Fundación Abuelas de Plaza de Mayo en Córdoba.

ZUBIETA, Ana María, comp. (1999) Letrados iletrados: Representaciones de lo popular en 
la literatura. Editorial Eudeba, Bs. As. Ver capítulo 1. El abuso popular y las voces de la 
violencia: "La interrogación" de Samuel Zaidman y "Los secretos sagrados: Una estrategia

 para la supervivencia" de Doris Sommer. 


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