Reseña del libro "Raro" de Iván Ferreyra
¿Qué isla es ésta tan negra y triste?- Es Cyterea,
nos dicen, un país famoso en las canciones,
Eldorado trivial de todos los solterones.
Mirad, después de todo es una pobre tierra.
Cualquier intento de definir la prosa o el verso prosáico de
Iván Ferreyra difícilmente superaría
la entrevista que Juan Terranova le hace
y que, por tal motivo, me atrevo a reproducir sin permiso de los autores, a la
orden del día con los adelantos tecnológicos que ciertamente nos permiten
re-democratizar el universo cultural a
la manera de la babélica biblioteca borgeana.
Iván Ferreyra es un
poeta de la experiencia urbana, un “callejero”
y bien podría asumir esa figura de sucesor del grupo devorado por el
fuego. Un irreverente con aire gótico y ganas de poetizar la angustia cotidiana
a lo Nirvana: un buen solo de guitarra y detrás “esa oscura tristeza de baldío”
que pintó Borges.
El desgarrado grito de Baudeleaire sobre los adornos de las
tumbas o la melancolía de Pessoa dejando atrás un tranvía amarillo en su pueblo
natal, sobrevuelan esas páginas tamizadas por los restos de la “escoria
cultural” de la ciudad letrada: la música, el cine, la tv, en fin, el pastiche.
Raro es un tipo oscuro que atraviesa la grieta de una ciudad
herida y partida en dos: ricos y pobres; doctos e incultos, matones y suicidas.
Un tipo raro, que sueña aún con la ciudad anarquista de
Bakunin: el amor libre, las palmeras, el
sol sobre la cara y el trabajo noble, mientras el asfalto le carcome los pies
cansados de la desesperanza.
A este libro que
camina la ciudad le fascina el rock y el glamour del cine de culto. Tiene un
gesto irreverente y no puede subsumirse en el mundo del capitalismo tan livianamente
como otros.
Así me lo imagino a
Raro, un libro de poemas que el autor deja -cual trotamundos- a rodar por
los subsuelos de “La Docta”.
Ferreyra es un bohemio, pero no es un dandy. Es un heredero
de los poetas malditos y la “boheme”
parisina que misteriosamente quedó soñando versos sobre Colón y Gral. Paz, en
esa ciudad de pobres corazones, una metrópolis que cruelmente reproduce un
sistema de castas, tal como la imaginó Fritz Lang hace casi un siglo.
Bohemia: Incapacidad del arte de subsumirse a una vida monótona y gris. Brecht y Beckett lo dijeron.
Cuando hablaba con Ferreyra sentía flamear su capa invisible
y pensaba que a lo mejor, no muy lejos estaba su “batimóvil”, esperando para atrapar por
primera vez a los malos de verdad. A los
“de arriba”.
Obsesionado con Julio López y con Facundo Rivera Alegre. Esos desaparecidos
en democracia. Por las “Basuras de la Alta Suciedad”: hipocresía, impunidad,
dolor y un baile que no llegó a su fin.
Lo de Ferreyra es puramente humano. Poemas con convicciones.
Palabras como ballestas.
Poesía en pocos caracteres. Gratuitos por wifi.
Cada libro suyo que anda desperdigado por la Metrópolis busca una arteria abierta de la Ciudad. Una
vena abierta de la comunidad. “Escribir para no morir”.
Un lector implícto: Una muchacha de mirada esquiva y atuendo
punk.
Este libro tiene menos dolor y más alegría que los otros.
Una sinestesia extraña que los conjuga paradojalmente: dulce melancolía o
amarga felicidad.
Un viaje a Cyterea: un lupanar al aire libre, producto de la
embriaguez de Baudelaire, perversión, desolación, exitación: eros y thanatos.
Los poemas de Raro me recuerdan también a esa “suicide
blonde” de la canción. Me la imagino saltando de un poema y borrándose con el
codo la sangre seca a lo Kill Bill.
Su musa inspiradora: Ferreyra
está de vuelta.
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