Valle
Mariana. DNI 31868212. Posgrado.
Eje:
Literatura y Compromiso Social en Glauce Baldovin y Néstor Perlongher.
«¡Ah de la vida!»... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la Salud y la Edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; Mañana no ha llegado;
Hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el Hoy y Mañana y Ayer, junto2
pañales y mortaja, y he quedado3
presentes sucesiones de difunto.
Quevedo, Parnaso español
Glauce
Baldovin y Néstor Perlongher. Las paralelas que se tocan.
Si bien ambos poetas a simple vista parecen más bien
distantes entre sí, tanto Glauce como Néstor –para tratarlos con confianza-
poseen varios puntos de aproximación en sus poéticas.
Es cierto que poemas como “Cadáveres” estéticamente
puedan descifrarse como las antípodas de aquella larga e introspectiva charla
del “yo lírico” con su soledad en la serie de poemas homónimos de la autora
cordobesa.
El primero
posee un tono objetivista casi llevado al extremo como en aquella
técnica del “haiku” oriental que tanto embelesó a Ezra Pound y sus seguidores en el movimiento llamado “modernismo
literario inglés”. Veamos: el “yo
lírico” de tal poemario extenso está prácticamente ausente, no hay casi “datos” que nos informen acerca de ese
“yo” que enuncia que –si no se pretende asimilarlo automáticamente con el autor
real- bien puede ser joven o viejo, incluso mujer u hombre porque ningún
adjetivo lo delata específicamente en ese sentido y tampoco sus emociones son
explícitas sino que más bien se deducen del atroz cuadro presentado.
Una gran cuadro poético –como aquél de las flores
negras sobre el jarrón- que transmite
bestialmente (lo soez y lo vulgar son rasgos de lo que defino como una poesía
“bestial”) una escena de holocausto que posee un gran mérito: nos devuelve la
imagen precisa de la infamia, lo que se nos negó durante la última dictadura
(un punto sobre el cual quiero volver luego).
El lenguaje del poema de Perlongher es muy elaborado
y suena un tanto artificioso y en ese sentido encuentro personalmente un gran
abismo con la poesía “urbana” que en Córdoba ha tenido exponentes de la talla
de Daniel Salzano o, tal vez el más fiel representante de esta línea, Vicente
Luy quien escribiera “La Sexualidad de Gabriela Sabattini” con una estética
pastiche y heredera del arte del grafitti y el comentario breve de las redes
sociales.
Llamo "poesía urbana" a las nuevas manifestaciones
poéticas que, a tono con los cambios sociales, tienen por experiencia vital
concreta la representación de la ciudad con todo lo que ello implica: el caos
vehicular, el hedor, la imposiblidad de la utopía al estilo de las “bucólicas”
de Ovidio pues La Ciudad nos obliga a
ser precisos con todos sus contrastes, al menos si uno pretende que el referente se
justamente descrito.
Creo que está poesía urbana se nutrió mucho de la
experiencia de la posmodernidad en tal sentido y siendo muchos de sus
exponentes poetas jóvenes, usuarios también de los “nuevos lenguajes”- el
grafitti, la música popular y las redes sociales-, ello llevó a que la poesía
urbana sea mayormente portadora de un discurso bastante claro y alejado del
hermetismo de otras retóricas barrocas (sin que ello, por supuesto, impida que
haya una voluntad de pulir el lenguaje, de trabajar sobre la cualidad
ornamental de las palabras como es vital para el hecho poético).
De hecho, las “acciones poéticas” que son grandes
exponentes de este estilo intervienen materialmente la ciudad con consignas
pequeñas que buscan redefinir los espacios vaciados de sentido y de “belleza”
por los estragos de la feroz imposición de una sociedad de consumo y una
filosofía plenamente utilitaria donde el lenguaje sólo es abordado por su valor
performativo de intercambio “costo-beneficio” a la manera del mercado.
Aún siendo Perlongher un poeta que, a mi entender, podría formar parte de esta nueva estética urbana, hay algunos rasgos que lo
distancian: los neologismos, el lenguaje técnico, los “juegos” verbales, el
hipérbaton e incluso ciertas “jitanjáforas” donde el sonido se ha desplazado de cualquier significado
“real”, hacia el "más allá" de lo que el lector pueda imaginar a su libre albedrío.
Todo ello hace que su poética, al verse emparentada
con cierta tendencia barroca, vaya en detrimento de los objetivos de la poesía
urbana que tiene por fin, precisamente, “desacralizar” a la poesía y habilitarla al público masivo. Perlongher busca el impacto sobre la sociedad, pero sin apartarse de la artificiosidad del lenguaje que en su barroquismo y su desmesura es la única forma que encuentra el "yo lírico" de describir la infamia y el horror de la ciudad de "pobres corazones" en toda su extensión.
Con ello, insisto en que no quiero fijar categorías exactas e –incluso- dudo seriamente que
la cuestión de géneros o estilo sea más que un dato “extra”, pero de modo
alguno definitorio sobre una estética. Los géneros, los estilos, a tono con las
culturas en la modernidad, se cruzan, dialogan, forman híbridos, entramados
complejos imposibles de separar taxativamente.
No obstante,diría incluso, no si titubear, que los rasgos de Baldovin son mucho más
asimilables a esa estética "urbana" de la nueva poesía cordobesa, en cuanto a su “accesibilidad”.
Claro que la autora no podría decirse
“objetivista” a mi entender. Su poesía, por el contrario, es muy introspectiva y hay varios puntos de
contacto con el estilo de otras autoras como Alejandra Pizarnik -en quien el
tema de la soledad está muy presente como así también la cuestión del género- y
de otra autora tal vez muy olvidada como es Silvina Ocampo y sus cuentos en
esas casonas misteriosas donde las mujeres descubrían la faz del horror con el
encanto y discreción de quien toma un té inglés (sobre todo recuerdo aquél
cuento “Las Invitadas” donde la muerte viene a buscar al protagonista).
El “yo lírico” es el eje de la poesía de Glauce que,
no obstante, sí hace un gran uso de las metáforas visuales que transmiten el
desgarramiento o la sordidez de los espacios: opresivos, oscuros, siniestros,
lánguidos y fascinantes. Eros y Thanatos sobrevuelan el poema que es una gran
alusión al suicido y a la proximidad de la muerte quien se revela como un
misterio ineludible para descifrar y amar aunque se vaya la vida en eso.
Como Borges y Arlt, Glauce y Perlongher parecieran
dos paralelas irreconciliables. Las paralelas no pueden cruzarse, jamás. Pero
si coexisten y en tal sentido pueden “tocarse” aunque más no sea
simbólicamente.
La biografía de ambos autores, su compromiso social
es el punto que puede reunirlos. Como a Conti y Gelman. Como a Marechal y a Osterheld.
Son dos formas de narrar la angustia de vidas
surcadas por una tragedia colectiva (y su revés personal que la potencia) que
puede ser traducida de dos maneras igualmente efectivas:
A través de la representación de ese holocausto que
no vivimos (y a tales fines se torna tan efectivo ese poema deconstruyendo la
falsa moral de un pueblo que convive con CADÁVERES y no desaparecidos, esa
imagen que también nos robó la dictadura para poder asimilar y superar la
infamia, lo innominable, lo falsamente incorpóreo) o por medio de un diálogo fascinantemente
mórbido con la soledad, la muerte, la desazón.
La última dictadura se puede leer en dos registros
muy distantes, pero contundentes a su manera:
Con el desparpajo y el esperpento “neobarroso” que nos reconstituye
la materialidad del horror que hasta dialoga con cierto marcas del “realismo sucio” y
metáforas de la “podredumbre” para imposibilitarnos la “evasión” de tal tragedia
devolviéndonos sus rasgos materiales y concretos.
Con el diálogo intimista y desolador de la
devastación y la ausencia: el silencio inconmesurable llenando paradójicamente
los vacíos con el abismo prometedor de la muerte.
Dos poetas que son igualmente revolucionarios al rescatar la palabra
usada para la proscripción, la falsedad, la tortura y la abulia de un pueblo
con fines libertarios. Al final, sobrevuela en mi mente una cita de Jorge Torres Roggero:
"Se produce una sorprendente correlación: al poner en actividad la
imaginación poética y abarcar al hombre total, la revolución como acto en
sí es poesía colectiva. Ahora bien, ese momento de mayor intensidad del
hombre prefigura una poética que no necesariamente se manifiesta como sistema
ni como escritura. La revolución es un tajo, una discontinuidad. Un poder se
triza y se desata una nueva fuerza histórica que necesita para expresarse
formas de representación no dominadas. En una revolución la retórica es una
presencia necesaria. Sin embargo, en la externidad de sus formas canónicas,
reconocidas, prestigiosas, la literatura continúa, generalmente siendo
contrarrevolucionaria. Paradójicamente, la revolución sólo suele efundir
formalizaciones duraderas mucho tiempo después de su irrupción, cuando ya ha
sido copada por una tecno-burocracia. Entonces la retórica se vuelve, otra vez,
campo de batalla.
La revolución – postula citando a Trotsky- arrancará para cada individuo el derecho
no sólo al pan, sino a la poesía. […] Conquistemos, para todos y para todas, el
derecho al pan y el derecho al canto”.
Trotsky. León (1976). Literatura y revolución.
Fondo de Cultura Económico. México DF.
Torres Roggero, Jorge. (2009). “Cultura popular
y revolución: para una poética del 17 de octubre”. En Silabario, número 12.
Pps. 13 a 29. Editorial Babel. Córdoba.