jueves, 14 de noviembre de 2013

El diablo entre las rosas : Comentario a la obra de Alejandro Schmidt.



“El diablo entre las rosas”.  Comentario a la obra de Alejandro Schmidt.




A simple vista el poemario de Schmidt logra conjurar dos caminos casi opuestos en el imaginario real: la belleza, en especial en su sentido clásico, de la flor más galante del reino con el demonio, lo siniestro, lo insondable, lo infame, lo tenebroso y la fealdad.

El poemario dialoga con citas bíblicas y también con el Fausto de Goethe. Recordemos que Fausto marca un quiebre en la producción de Goethe, porque la mayor parte de la obra se aleja de la impronta del clasicismo de Weimar, en el que habían de forjar sus primeras experiencias de estilo él y su cébre compañero, Schiller , como tantos grandes escritores alemanes.

Fausto, sin embargo, excede la perfección en el sentido clásico de la obra y las imágenes más contundentes del infierno y los aquelarres  -con todas sus figuras  dantescas y perversas- sin duda lo ubican fuera de las puertas del clasicismo y frente a los umbrales del romanticismo que se estaba formando –luego del sturm und grand- como un retorno a la pagana y oscura edad media.

La poesía del autor villamariense se acerca a ese quiebre del Fausto, buscando el goce estético entre las tinieblas. Configurando al demonio como parte de su existencia cotidiana y recreando una historia misteriosa, lúgubre y perturbadora de su vida. Con énfasis en la descripción del entorno de acuerdo a sus estados anímicos, gusto por las figuras opuestas y exordio al misterio de la oscuridad que ciertamente recuerda, además a, los geniales versos de Novalis en su himno a la noche.

Lo "tétrico"- que conjuga lo misterioso e insondable de la vida, pero a la vez fascinante y cruelmente bello- se funde  con la vitalidad del poema y su deseo de estar con la persona amada aún frente a esa figura demoníaca.

Las formas de aludir al “diablo”, sin embargo,  lo alejan de la visión más atemorizante de la Biblia.  A veces el demonio es como un duende que se cuela ente la gente, o se prende al moño de una chicuela antes de ir al colegio.  

Más bien parece ser la existencia concreta de un “personaje negro” (Jung) que condesa lo "reprimido" por la psiquis, el inconsciente,  una "sombra" del ser que se ha corporeizado en su infancia bajo los distintos motes  de“cuco” u “hombre de la bolsa”.

De hecho, hay una dualidad constante entre ese “yo lírico” adulto e imágenes de la infancia como el recuerdo de la calesita, que podrían marcar una etapa de la vida experimentada en transición permanente entre esos mundos de infancia y madurez. Sin posibilidad de desprenderse del recuerdo de su familia parental primaria y de sus temores de chicuelo.

De hecho, la autobiografía del autor –citada al final- recuerda esos años de madurez como crudos y angustiantes, paliados con el alcohol incluso.

De todos modos, es claro que el diablo también es un símbolo del temor que aqueja al “yo lírico” que trata de sobreponerse a esa imagen para continuar su camino de adulto en un entorno de “pobreza”, propio al parecer de una clase media empobrecida que sufre por la incertidumbre de su horizonte laboral.

Aún así, no hay intenciones de consentir el “traje gris” de la existencia y soportar los aplausos de quienes no significan nada para él. De hecho, esta parte del poema recuerda el continuo retorno a la pregunta retórica que aqueja a los escritores de todos los tiempos, “¿cómo vivir de mi arte?”. Bretón decía que “la poesía es uno de los caminos más tristes que llevan a todas partes”.

Sin duda el concepto de la “bohemia” es importante aquí, porque el sujeto no desea subsumirse a los falsos valores de la burguesía y perder su dilema existencial, el dominio de su arte.

Dicho de otro modo, hay sufrimiento, pero el sufrimiento es genuino y señal de ese “no venderse”.  El diablo aparece entre cada segmento de la cotidianeidad de sus días y eso se vive con bastante naturalidad en el poema.

La continua conjunción de elementos opuestos (oscuro-luminoso/feliz-vacío/muerte-deseo) va configurando la concreción de las pulsiones fundamentales en la vida: las de eros y thanatos.  De hecho, para Freud ambas esferas se funden en el deseo como aspiración al bienestar máximo, al clímax o al orgasmo que es una forma de percibir el momento de la muerte: la nulidad de todas las pulsiones eróticas -o de vida- luego de la máxima plenitud física y psíquica a través del orgasmo.


De cierto modo, la poesía también está configurada como un camino de verdad y salvación, pues el autor “desconfía de la realidad y cree que la  poesía es un camino suficiente y urgente”. Es decir, la imposibilidad de resignarse a la mirada pragmática de las cosas es la posibilidad concreta de experimentar la felicidad –breve, pero contundente-  a través de la emoción y del goce estético o lo que es igual: el poema en donde habita.   [i]. 

El poemario es, entonces: “una historia contada entre la lluvia que llegue hasta los muertos intacta y encendida para buscar el bien del cielo, sin recibir por pago la mueca del infierno”. (pp. 56). Una historia plagada de espinas, pero sin excluir el privilegio de  las rosas.






[i] “Romper la vida”. Entrevista con Alejando Schmidt. Ver:  http://vimeo.com/78095318

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