jueves, 14 de noviembre de 2013

Y el dolor de ya no ser...

Valle Mariana. DNI 31868212. Posgrado.
Eje: Literatura y Compromiso Social en Glauce Baldovin y Néstor Perlongher.



 «¡Ah de la vida!»... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la Salud y la Edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; Mañana no ha llegado;
Hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el Hoy y Mañana y Ayer, junto2
pañales y mortaja, y he quedado3
presentes sucesiones de difunto.
Quevedo, Parnaso español


Glauce Baldovin y Néstor Perlongher. Las paralelas que se tocan.


Si bien ambos poetas a simple vista parecen más bien distantes entre sí, tanto Glauce como Néstor –para tratarlos con confianza- poseen varios puntos de aproximación en sus poéticas.
Es cierto que poemas como “Cadáveres” estéticamente puedan descifrarse como las antípodas de aquella larga e introspectiva charla del “yo lírico” con su soledad en la serie de poemas homónimos de la autora cordobesa. 

El primero  posee un tono objetivista casi llevado al extremo como en aquella técnica del “haiku” oriental que tanto embelesó a Ezra Pound y sus  seguidores en el movimiento llamado “modernismo literario inglés”.  Veamos: el “yo lírico” de tal poemario extenso está prácticamente ausente, no hay  casi “datos” que nos informen acerca de ese “yo” que enuncia que –si no se pretende asimilarlo automáticamente con el autor real- bien puede ser joven o viejo, incluso mujer u hombre porque ningún adjetivo lo delata específicamente en ese sentido y tampoco sus emociones son explícitas sino que más bien se deducen del atroz cuadro presentado.

Una gran cuadro poético –como aquél de las flores negras sobre el jarrón-  que transmite bestialmente (lo soez y lo vulgar son rasgos de lo que defino como una poesía “bestial”) una escena de holocausto que posee un gran mérito: nos devuelve la imagen precisa de la infamia, lo que se nos negó durante la última dictadura (un punto sobre el cual quiero volver luego).

El lenguaje del poema de Perlongher es muy elaborado y suena un tanto artificioso y en ese sentido encuentro personalmente un gran abismo con la poesía “urbana” que en Córdoba ha tenido exponentes de la talla de Daniel Salzano o, tal vez el más fiel representante de esta línea, Vicente Luy quien escribiera “La Sexualidad de Gabriela Sabattini” con una estética pastiche y heredera del arte del grafitti y el comentario breve de las redes sociales.

Llamo "poesía urbana" a las nuevas manifestaciones poéticas que, a tono con los cambios sociales, tienen por experiencia vital concreta la representación de la ciudad con todo lo que ello implica: el caos vehicular, el hedor, la imposiblidad de la utopía al estilo de las “bucólicas” de Ovidio pues La Ciudad  nos obliga a ser precisos con todos sus contrastes,  al menos si uno pretende que el referente se justamente descrito.

Creo que está poesía urbana se nutrió mucho de la experiencia de la posmodernidad en tal sentido y siendo muchos de sus exponentes poetas jóvenes, usuarios también de los “nuevos lenguajes”- el grafitti, la música popular y las redes sociales-, ello llevó a que la poesía urbana sea mayormente portadora de un discurso bastante claro y alejado del hermetismo de otras retóricas barrocas (sin que ello, por supuesto, impida que haya una voluntad de pulir el lenguaje, de trabajar sobre la cualidad ornamental de las palabras como es vital para el hecho poético).

De hecho, las “acciones poéticas” que son grandes exponentes de este estilo intervienen materialmente la ciudad con consignas pequeñas que buscan redefinir los espacios vaciados de sentido y de “belleza” por los estragos de la feroz imposición de una sociedad de consumo y una filosofía plenamente utilitaria donde el lenguaje sólo es abordado por su valor performativo de intercambio “costo-beneficio” a la manera del mercado.

Aún siendo Perlongher un poeta que, a mi entender, podría formar parte de esta nueva estética urbana, hay algunos rasgos que lo distancian: los neologismos, el lenguaje técnico, los “juegos” verbales, el hipérbaton e incluso ciertas “jitanjáforas” donde el sonido  se ha desplazado de cualquier significado “real”, hacia el "más allá" de lo que el lector pueda imaginar a su libre albedrío.

Todo ello hace que su poética, al verse emparentada con cierta tendencia barroca, vaya en detrimento de los objetivos de la poesía urbana que tiene por fin, precisamente, “desacralizar”  a la poesía y habilitarla al público masivo. Perlongher busca el impacto sobre la sociedad, pero sin apartarse de la artificiosidad del lenguaje que en su barroquismo y su desmesura es la única forma que encuentra el "yo lírico" de describir la infamia y el horror de la ciudad de "pobres corazones" en toda su extensión. 

Con ello, insisto en que no quiero fijar categorías exactas e –incluso- dudo seriamente que la cuestión de géneros o estilo sea más que un dato “extra”, pero de modo alguno definitorio sobre una estética. Los géneros, los estilos, a tono con las culturas en la modernidad, se cruzan, dialogan, forman híbridos, entramados complejos imposibles de separar taxativamente.   

No obstante,diría incluso, no si titubear, que los rasgos de Baldovin son mucho más asimilables a esa estética  "urbana" de la nueva poesía cordobesa, en cuanto a su “accesibilidad”.

Claro que la autora no podría decirse “objetivista” a mi entender. Su poesía, por el contrario,  es muy introspectiva y hay varios puntos de contacto con el estilo de otras autoras como Alejandra Pizarnik -en quien el tema de la soledad está muy presente como así también la cuestión del género- y de otra autora tal vez muy olvidada como es Silvina Ocampo y sus cuentos en esas casonas misteriosas donde las mujeres descubrían la faz del horror con el encanto y discreción de quien toma un té inglés (sobre todo recuerdo aquél cuento “Las Invitadas” donde la muerte viene a buscar al protagonista).

El “yo lírico” es el eje de la poesía de Glauce que, no obstante, sí hace un gran uso de las metáforas visuales que transmiten el desgarramiento o la sordidez de los espacios: opresivos, oscuros, siniestros, lánguidos y fascinantes. Eros y Thanatos sobrevuelan el poema que es una gran alusión al suicido y a la proximidad de la muerte quien se revela como un misterio ineludible para descifrar y amar aunque se vaya la vida en eso.
Como Borges y Arlt, Glauce y Perlongher parecieran dos paralelas irreconciliables. Las paralelas no pueden cruzarse, jamás. Pero si coexisten y en tal sentido pueden “tocarse” aunque más no sea simbólicamente.
La biografía de ambos autores, su compromiso social es el punto que puede reunirlos. Como a Conti y Gelman. Como a Marechal y a Osterheld.
Son dos formas de narrar la angustia de vidas surcadas por una tragedia colectiva (y su revés personal que la potencia) que puede ser traducida de dos maneras igualmente efectivas:
A través de la representación de ese holocausto que no vivimos (y a tales fines se torna tan efectivo ese poema deconstruyendo la falsa moral de un pueblo que convive con CADÁVERES y no desaparecidos, esa imagen que también nos robó la dictadura para poder asimilar y superar la infamia, lo innominable, lo falsamente incorpóreo) o  por medio de un diálogo fascinantemente mórbido con la soledad, la muerte, la desazón.
La última dictadura se puede leer en dos registros muy distantes, pero contundentes a su manera:

Con el desparpajo  y el esperpento “neobarroso” que nos reconstituye la materialidad del horror que hasta dialoga con cierto marcas del “realismo sucio” y metáforas de la “podredumbre” para imposibilitarnos la “evasión” de tal tragedia devolviéndonos sus rasgos materiales y concretos.
Con el diálogo intimista y desolador de la devastación y la ausencia: el silencio inconmesurable llenando paradójicamente los vacíos con el abismo prometedor de la muerte.
Dos poetas que son igualmente revolucionarios al rescatar la palabra usada para la proscripción, la falsedad, la tortura y la abulia de un pueblo con fines libertarios. Al final, sobrevuela en mi mente una cita de  Jorge Torres Roggero:

"Se produce una sorprendente correlación: al poner en actividad la imaginación poética y abarcar al hombre total, la revolución como acto en sí es poesía colectiva. Ahora bien, ese momento de mayor intensidad del hombre prefigura una poética que no necesariamente se manifiesta como sistema ni como escritura. La revolución es un tajo, una discontinuidad. Un poder se triza y se desata una nueva fuerza histórica que necesita para expresarse formas de representación no dominadas. En una revolución la retórica es una presencia necesaria. Sin embargo, en la externidad de sus formas canónicas, reconocidas, prestigiosas, la literatura continúa, generalmente siendo contrarrevolucionaria. Paradójicamente, la revolución sólo suele efundir formalizaciones duraderas mucho tiempo después de su irrupción, cuando ya ha sido copada por una tecno-burocracia. Entonces la retórica se vuelve, otra vez, campo de batalla.
La revolución – postula citando a Trotsky- arrancará para cada individuo el derecho no sólo al pan, sino a la poesía. […] Conquistemos, para todos y para todas, el derecho al pan y el derecho al canto”. 

Trotsky. León (1976). Literatura y revolución. Fondo de Cultura Económico. México DF.

Torres Roggero, Jorge. (2009). “Cultura popular y revolución: para una poética del 17 de octubre”. En Silabario, número 12. Pps. 13 a 29. Editorial Babel. Córdoba. 

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