Valle,
Mariana Celeste.
Conicet-CIFFYH.
Exposición en las XVIII Jornadas de Literatura, creación y conocimiento desde la cultura popular. Universidad Nacional de Córdoba, 2013.
"Proyecto Montaña" de Andrés Silva Sle, Desirée Maldonado y Gerardo Oberto. |
Entre la “ciudad letrada” y la
“literatura de pobres”:
Una propuesta para resignificar el campo
literario
Por mucho tiempo, y a causa
del concepto de cultura utilizado, la cultura nacional argentina fue concebida
como un cúmulo de productos dentro de los cuales se destacaban por sus
privilegios y centralidad adjudicada, un reducido conjunto de obras literarias.
Por ellos se entendían ciertas expresiones escritas organizadas en torno ciertas formas europeas (ensayo, novela,
poesía teatro) y de entre ella algunas obras ejemplares. A su vez, cultas eran
las personas que poseían el capital cultural necesario para serlo, en
particular, que sabían escribir de una manera o un estilo determinado. Eran los
habitantes de “La ciudad letrada” descripta por Rama que, instalada al centro
de la ciudad bastión, de la ciudad-puerto, de la ciudad sede administrativa,
regía y conducía la vida de la comunidad.
Dada la primacía del medio
escrito y la lejanía de la “civilización” europea que aquejaba a los
intelectuales del “método de implante” principalmente - quienes como Sarmiento
pretendían acuñar el progeso al modelo de Europa-, la literatura se convirtió
en presencia y símbolo de civilización.
Esto, como señala Remedi: “derivó
en un proceso mistificatorio que dio como resultado que lo que se consideraba
“la cultura nacional” era en realidad sólo la cultura hegemónica oficializada,
compuesta primariamente de la producción literaria y, que esta última era a su
vez, no todo producto literario sino apenas un reducido conjunto sacralizado y
venerado, el canon literario” (Remedi, 1992: 128).
“La literatura” que se
abordaba en los programas de estudio no incluía todo “lo literario” y venía a ser una ficción detrás de la cual
quedaban fuera del objeto de análisis todas aquellas formas que la desbordaban
ampliamente y que pululaban sin césar en la “ciudad real”.
De hecho, mucho más se
hallaba registrado, representado en las formas que contravenían las
convenciones literarias –tal es el caso de los testimonios, monólogos y
confesiones orales, discusiones, gestos, rituales, modas y costumbres que
inundan la vida cotidiana, la experiencia urbana –que en las obras literarias
que ocupaban a los estudiosos, críticos profesores de literatura.
Posteriormente a la llegada
de los violentos regímenes dictatoriales, en Latinoamérica los intelectuales
empezaron a preguntarse por esas voces silenciadas por la proscripción, pero
también por el anonimato, por la pobreza.
A tono con las nuevas
teorías del deconstruccionismo y el surgimiento de los “estudios culturales”,
los teóricos creyeron necesario revisar los conceptos forjados en torno al
aparato de la escritura-lectura de la “burografía capitalista” –en palabras de Rosa-
.
Inquirir sobre las técnicas
del escamoteo, el pastiche, el reciclaje del “pop art”, la “estética murguista”
que desbordaba a la idea del arte como “museo”: los grafittis, las novelas
testimoniales, la “cultura de masas” –música, cine y tv- fagocitando la
“cultura oficial” desde sus márgenes.
Entonces surgió la pregunta
por el “arte subalterno” y por la
“literatura de pobres” como nunca antes y hasta algunos llegaron a pensar si no
sería la literatura sólo un privilegio burgués.
Gradualmente los estudios
literarios se alejaron de la noción de "canon" para enfocarse en
problemas culturales en que el discurso literario marchaba a la par con la
lógica de las ciencias sociales. Esta área todavía es controversial y demanda
una sólida preparación literaria y de las ciencias sociales que no muchos
quieren emprender.
En Chile, Hernán Vidal y su grupo
enfrentaron este dilema desde un lugar particular que, si bien es heredero en
parte de los “estudios culturales” polemiza bastante con algunos postulados de
los “subaltern studies” y en concreto con la artificiosidad y barroco de sus
retóricas que los alejan de la comprensión de los estudiantes y paradójicamente
los ubican en un lugar elitista de la discursividad (lo que Eagleton, por otro
lado, le refuta a Spivak).
La intención del grupo fue
incorporar a la crítica literaria los aportes de la "antropología
simbólica" y el nivel “etnográfico”, lo que resulta útil para enfocar el análisis
desde lugares de confluencias culturales: elementos “emergentes” y
“tradicionales” / “letrados” y “populares”/
“globales” y “locales” que confluyen en zonas de permanente intercambio cultural
y “transculturalmente” rodean al cuerpo social llenando sus espacios de
múltiples sentidos.
Al concentrarse sobre la producción simbólica como una especie de
epidermis natural de la especie humana que se genera en el espacio cotidiano de
todo sistema de hegemonía social, la
dicotomía "producción simbólica canónica/ producción simbólica
marginal" pierde sentido. La "historia oficial" y "la voz
de quienes no tienen historia" son aristas de la misma conciencia colectiva
de una comunidad, de una misma nación o esfera pública que funciona como
espacio de simbolización permanente.
Con la eficacia del método,
igual podría estudiarse una obra canónica del siglo XIX que un folletín del XX
o una performance artística del siglo XXI.
La premisa ya la tenía el
marxismo: concentrar los estudios enfocándolos en las intersecciones de la
lucha de clases, lo cual permitiría
también abarcar la problemática de los derechos humanos desde una perspectiva
etnográfica (microniveles de la experiencia humana), observando y participando de la experiencia artística que diversos agentes sociales realizan en sus comunidades carenciadas.
¿Bastaría ello para abrir
las puertas del Canon a las formas de simbolización popular? Ciertamente es un
gran paso, pero aún resta hacer el “mea culpa” de que no sólo La Literatura no
incluyó jamás todo “lo literario” (tarea
imposible por cierto) sino que tampoco había –hasta hace poco tiempo-un
instrumental adecuado para analizar las distintas variantes de las “literaturas
de pobres”.
Más allá de las
disquisiciones filosóficas y políticas que pone en relieve el polémico artículo
de Spivak “¿Puede hablar el sujeto subalterno?” y su respuesta inusitada de que
no,no como tal, nos permite rever la posibilidad de emergencia de las voces
“subalternas” en nuestro campo literario.
Si bien el término “littera”
(latín) del cual proviene la palabra “literatura”, refiere a su condición de
registro escrito, no toda la literatura posee esta cualidad. En la literatura
cordobesa, por ejemplo, también vamos a encontrar poesías, mitos y leyendas
orales que, posteriormente, fueron publicadas por escrito para su mejor
difusión y análisis.
Los primeros portadores de
estos últimos (es complejo, ya veremos por qué, aplicar la noción de “autoría”
cuando nos referimos a ciertas producciones “marginales” y “orales” del
discurso literario) fueron en su mayoría sujetos “subalternos”: campesinos
pobres, ciudadanos urbano-marginales,
aborígenes dominados por los efectos de la conquista y “colonización”,
con lo cual sería fácil rebatir la idea de Spivack de que en realidad sí,
podemos encontrar las voces subalternas en nuestra literatura latinoamericana,
pero el tema es más complejo. En realidad, todas estas producciones nos llegan
a los lectores a través de una mediación pues, implica la intervención de un
sujeto letrado que selecciona, recorta, compila, destaca cierto sentido y hasta
censura ese material primario que re-elabora para su publicación.
De hecho, como señala Vidal:
Fuera de formas
intermediarias y transicionales como el
testimonio, las formas de la cultura subalterna tienen en general solamente un
valor “antropológico” para nosotros; o no tenemos acceso a ellas
directamente o es reificada precisamente
por los procesos de comercialización capitalista o de recuperación de información. Vuelvo a
insistir que la universidad y las instituciones culturales como el museo son en
sí prácticas culturales productoras de subalternidad: de allí que lo subalterno
no puede entrar en ellas sin sufrir una modificación (Vidal, 2006: 33).
¿Y qué hay de cierto en esto
de que el sujeto subalterno no sólo pueda hablar en “la literatura” sino
incluso “vivir” en ella?
Según Saussare, la letra se asocia con lo inerte y una peculiaridad de la escritura es que los
sujetos subalternos (de inferior rango social, marginales) cuando acceden a
este registro se transforman, empiezan ya a nivel simbólico a ocupar cierto
lugar privilegiado [1], por lo cual el acceso a un bien simbólico legitimado
como “la literatura” acompaña –siguiendo la ironía de Spivack- la muerte de un
sujeto subalterno que pierde esta cualidad al acercarse a este registro.
En nuestro campo literario
en Córdoba tenemos dos casos paradigmáticos: el de Horacio Sotelo (ex ladrón,
vendedor de “cubanitos”, habitante de Villa La Tela) y Cristina Luz (ex
prostituta). Si bien, al menos de Sotelo, no pueda decirse que no fuera un
marginal social hasta el último de sus días, tampoco podríamos decir que, al
menos, no fuese tan “subalterno” con
respecto a los bienes simbólicos legitimados ya que, no sólo leyó los clásicos
y dio cuenta de ello en su prosa y verso sino que, además, se dio el lujo de
ser uno de los escritores más vendidos de Córdoba.
Con respecto a estos relatos
o “autobiografías bárbaras” (Dominé) sucede algo curioso también analizado por
Vidal:
El narrador testimonial no
es lo subalterno, como tal tampoco, sino más bien algo como un “intelectual
orgánico” del grupo o de la clase subalterna, que habla a (y en contra de) la
hegemonía a través de esta metonimia en su nombre (Vidal, 2006: 21)
Por lo tanto, la naturaleza
de estos testimonios está marcada por
una serie de aporías: es y no es “voz”; es y no es una forma auténtica de cultura subalterna; es y no es
“documental”.
¿Correspondería dar, a esta
altura, por válida la apreciación de Spivak?
Creemos que no, si
recuperamos la pluralidad necesaria que define nuestro objeto de estudio. ¿Qué
es “la literatura”? Para Tearry
Eagleton, no se puede considerar a “la literatura” como algo que pueda ser
descripto objetivamente por sus cualidades intrínsecas (refuta, por ejemplo,
que pueda tratarse sólo de 1- obras de “imaginación”; 2- como un lenguaje
“diferente del ordinario”; 3- como un discurso “no pragmático” o 4- como lo “bien escrito”) sino como algo
estipulado según los juicios de valor de valor que son históricamente variables
y se relacionan estrechamente con las ideologías sociales. Por eso, he aquí que
“La literatura” no incluye todo “lo
literario” (V. Eagleton, 1998).
En realidad, “la literatura”
como tal es una arbitrariedad al mismo nivel que el significante lo era para
Saussure.
Deberíamos pensar, en
cambio, en “Las Literaturas Cordobesas”,
porque sólo el término en plural –sostenemos- reproduce la arenga por el acceso
a la palabra en el terreno simbólico y en el campo literario. “La Literatura”,
la que se reconoce como tal y se aborda en los planes de estudio sólo se
refiere a lo que en un contexto espacio-temporal ha sido convenido como tal. Recordemos que el campo literario es un campo
de posibilidades estratégicas y que el acceso mismo a la cualidad de
“literatura” ofrece ciertos privilegios que, en su mayoría, tienen que ver con
el reconocimiento y legitimación de lo dicho.
Hay muchas literaturas
“otras” o “marginales” cuyo acceso al estatuto “literario” es incluso
problemático, tal es el caso de algunas canciones de cuarteto, rock, rap o
grafitis urbanos, en nuestra provincia.
Llamamos “literaturas marginales” a las literaturas prácticamente excluidas del
campo literario por su forma, su poética e incluso su política.
Nuestro presupuesto indica
que éstas: a) representan las problemáticas, experiencias y sentidos o
significados propios de ese sector, por eso son portavoces de la “cultura del
marginal”, b) son objeto de resistencia simbólica para dicho segmento social,
c) promueven los “derechos” de este sector y denuncian las injusticias del
sistema que los oprime, e) son elegidas como objeto de consumo preferencial por
una población marginada, d) sus circuitos son reconocidos también como
“marginales” por la clase media o burguesa, e) constituyen una literatura que
se percibe distinta para ese público receptor: podríamos decir que “se come”,
en un sentido antropológico, porque alimenta, fortalece la subsistencia,
calienta: palia el hambre y alivia el dolor, y h) es una literatura con una
estética que se puede reconocer como marginal pues apunta a subsistir o
sobrevivir dentro de sus códigos marginales, poniendo en tela de juicio incluso
el rol de la estética como cualidad ligada sólo al “adorno simbólico”.
Pensar en ellas, nos obliga
a reconocer que existen aun cuando sea prácticamente imposible acceder a ellas
si no es a través de una mediación, como señalábamos recién. Sin embargo, el
desafío de todo investigador será tratar de reconstruir lo más fielmente
posible el instante de la recepción y la circulación de estas literaturas aun
cuando llegaran a él por medio de tal o cual intervención “letrada”.
Precisamente en el momento
“vivo” de la difusión oral está la clave para comprender el sentido que los
“gestores culturales” –el pueblo- dan a esas narraciones, actualizando sus
sentidos. Tal vez, distarían mucho de la
problemática de fronteras los sentidos que los campesinos daban al Martín
Fierro en esas épocas de franco retroceso del tipo “gaucho” en la Argentina.
En este sentido, recuperando
a De Certeau, los teóricos del habla reivindicaron un lugar central para la
comunidad al replantearse el tan difundido cuadro semiótico de la comunicación.
Según Vidal y también De
Certeau, no se debe dejar de lado el “uso” que se hace de los discursos ya que,
precisamente, allí son visibles las tácticas que los pobres operan cuando parecen “no tener
voz”, pero ella está incluida en el lugar
performativo de los discursos que éstos reconocen como propios, lo que
les permite decir y actuar a través de la “mediación”, concepto de Barbero por
el cual las formas de comportamiento frente al consumo poseen cierta ideología
que –incluso- puede llegar a cuestionar paradójicamente el consumo alienante y
pasivo fomentado por la industria cultural.
¿Para qué leemos lo que
leemos o para que oímos lo qué oímos? Hace poco un estudio interesante sobre la
lectura del Martín Fierro en manos del historiador cordobés Roberto Ferrero, se
arriesgó a establecer líneas de diálogo con la recepción de esta obra por parte
de los campesinos pobres de Córdoba.
Tal vez en esa respuesta sobre la recepeción, esté la clave del
estudio del arte como eje transculturador. Para De Certeau,
“desde hace mucho tiempo se
han estudiado las inversiones secretas y, sin embargo, fundamentales provocadas
por el consumo. De esta forma, el éxito espectacular de la colonización
española con las etnias indias se ha visto desviado por el uso que se hacía de
ella” (De Certeau, 2007: 38).
Pensar, en realidad, el arte
con respecto a los “subalternos” nos lleva a rever todas nuestras ideas y
nuestro arsenal teórico-metodológico para no relegarlas sólo a campos cercanos
de análisis, como la antropología, la sociología, la etnología, ante la falta
de herramientas de comprensión. Aún le debemos al estructuralismo el aporte de
Greimás y sus programas narrativos, las funciones de los cuentos populares de
Propp y la revitalización del estudio del arquetipo que nos permiten analizar
estructuras literarias que pueden parecer muy simples, pero en verdad no lo
son.
Una vez “desnudado” el
programa narrativo básico de una historia, tal vez no diste mucho Shakespeare
de una leyenda aborigen.
Pero aún sobrevuela la
pregunta, ¿será la literatura para los sectores marginados aquello que nosotros
creemos abarcar como objeto de estudio?
Lejos de ser objeto de
contemplación, el “arte subalterno” tiene un uso concreto y una función
desechable, lo que se entiende como “artesanía”, concepto que se origina en el
medioevo europeo, como una práctica centrada más en la habilidad manual que en
la creatividad y expresividad, más en lo reiterativo y serial que en lo único.
Aunque tal vez el prejuicio sobre los portadores de esas formas de arte sea el
principal factor para que se condicione sin más su acceso y privilegio al
criterio de ARTE con mayúsculas.
En el revés de esta trama –precisamente-
está el problema de la canonización. Podemos arriesgar que ciertas formas de
arte “subalterno” se niegan a ser “canonizadas” y archivadas, pues en ello
radica su fuerza de resistencia simbólica. El canon –siguiendo a Jitrick- disminuye la
multiplicidad significativa –de hecho, trata de fijar un sentido sobre otros- y
esto afectaría la respuesta contra-hegemónica de las letras del tango después de su ingreso al
“salón de la fama”. Algo que, creemos, ha sucedido con el tango desde su paso
por el arrabal milonguero hasta el entristecido tango-canción, que refiere
Borges y que analiza Calligarigo.
Las obras literarias
canónicas consideradas TRADICIONALES, son aquéllas que transmiten los más altos
valores de nuestra ciudadanía, nuestras instituciones y nuestra identidad como
pueblos. Pero también hay obras que se resisten a ser canonizadas aún cuando no
pertenezcan a sujetos “subalternos”. De hecho, el no ser canónico, a veces es
también una opción de los autores que se benefician de su supuesto
“desplazamiento” o de estar en los “bordes” o “periferias” para validar su
carácter innovador, su gesto a la vanguardia.
Muchos arriesgan la
hipótesis de que tal vez el origen de todo este meollo en torno a la literatura
no tenga sino por origen el de un mendigo ciego vendiendo historias.
Lejos de la Ciudad Letrada este mendigo sería un
portavoz y no un autor como le gustaba llamarse a Hernández –un simple vehículo
de una historia que sería explicable habida cuenta del pueblo que simbolizó sus
inquietudes en torno a una historia.
Posiblemente del otro lado
del espejo haya alguien debatiendo literatura sin saberlo, como en una de esas historias como las de Cortázar
donde el que se queda observado en la pecera es el observador. Un Pierre Menard
con mucho de razón exigiendo regalías o un ciego re-elaborando otra Ilíada.
Bibliografía:
De Certeau, Michael (2004): La cultura en plural. Ed. Nueva
Visión. Bs. As.
_________________ (2007). La Invención de lo cotidiano. Tomo I.
Ed. Nueva Visión. Bs.As.
Eagleton, Terry (1998): ¿Qué
es literatura" en Introducción a la
Literatura. Fondo de Cultura
Económica. Disponible en http://es.scribd.com/doc/7281097/Eagleton-Que-Es-La-Literatura
Ferrero, Roberto. (2001).
Córdoba en la época del Martín Fierro. Esfuerzo y ocaso de las clases
populares. Ediciones Alción. Cba.
Jitrick, Noé. (1996). Dominios de la literatura. Acerca del Cnon.
(Cella Comp.). Editorial Losada.
Motzejko, Teresa y COSTA,
Ricardo (2003). Lugares del decir.
Editorial Homo Sapiens. Cba.
Rama, Ángel. (1997). La
ciudad letrada. Montevideo. Mundo.
Spivak, Gayatrari. (2004) “Puede hablar el sujeto subalterno?” en Revista
Orbius Tertius.
Verdugo, Iber H. (1994) Las estrategias de discurso. Universidad
Nacional de Córdoba.
Vidal, Hernán Comp. (2006). Hermenéuticas
de lo popular. Ed. The Prisma Institute, Serie “Literatura and Human Rights
n°1” Minneapolis.
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