Valle, Mariana Celeste*
“Desde el comienzo mismo de la literatura, el delito aparece como uno de los instrumentos más utilizados para definir y fundar una cultura; para separarla de la no cultura y para marcar lo que la cultura excluye (…) Sirve para trazar límites, diferenciar y excluir. Con el delito se construyen conciencias culpables y fábulas de fundación y de identidad cultural” (LUDMER, 1999: 14)
A nivel social, para Míguez, un buen punto de partida es el debate iniciado por Travis Hirshi en un texto clásico de 1967, pero recientemente reeditado, Allí se introduce una definición bastante simple de delito, como “actos cuya detección es pensada como resultante en el castigo de la persona que los comete por agentes de la sociedad mayor” (MÍGUEZ, 2008: 20).
Es decir que el delito no se propugna como un acto necesariamente reunido a las clases empobrecidas, sino que, por el contrario sería difícil para alguien de la clase media o alta reconocer que no ha vulnerado alguna vez una norma cuya pena implica el castigo de los agentes del orden: desde robar caramelos cuando chico hasta pasar un semáforo en rojo.
Sin embargo, tanto Blajaquis (el porteño), como los autores de las letras de cuarteto, hacen hincapié en su postura en la criminalización de la pobreza como parte del prejuicio social que difumina la ilegalidad en la esfera de poder:
“Los barrios y las villas nunca se van a adaptar al desprecio de las ciudadanías que aman pertenecer al poder, a los que estafan con diplomacia y obedecen (...)
Si en el mercado de tracciones de mentiras absolutamente todos consumen orgullo” (BLAJAQUIS, 2010: 90).
También así lo refleja el cuarteto en "Abran la Reja" (1):
A cuatro años, ocho meses y dos dias en prisión,
una celda oscura y fría pasó a ser mi habitación,
he gritado mi inocencia pero nadie me creyó,
la justicia es sorda y ciega para un pobre como yo.
Si recuperamos la noción de delito, según Míguez, la perspectiva de Hirshi se contrapone a las teorías del rol delictivo en las que el delito no es resultado de la acción ocasional de un transgresor sino que deviene de la ejecución de un rol social preestablecido por la pertenencia o la participación en un sistema específico de relaciones sociales (MÍGUEZ, 2008: 21).
Es decir, estas teorías enfatizan en la personalidad del agresor que reincide en la práctica de la criminalización y que resulta de la performance de roles sociales específicamente provistos y sostenidos por subculturas delictivas. Para Míguez:
“Las teorías subculturales nos indican que las condiciones sociales diferenciales que produce la desigualdad distribución de los recursos en la sociedad promueve la circulación de sujetos que las padecen por los mismos ámbitos –otra vez: institutos, cárceles, juzgados, barrios, bailantas, esquinas y plazas- brindándoles la posibilidad de elaborar conjuntamente sistemas de representaciones y prácticas que terminan constituyendo una particular variante cultural” (MÍGUEZ, 2008: 238)
Esta visión del problema cuando se articula en una parte de la sociedad con una visión de delito como producto de las clases marginadas puede originar una criminalización de la pobreza, un “apriorismo” donde a la categoría de “pobre” sería reunida con la “delincuente”, lo que perjudica a Blajaquis en su búsqueda de un lugar intelectual:
“Los grandes medios de comunicación visibilizan como delincuentes a los negritos (…). Yo con poesía resistí la tiranía y la opresión psíquica de trabajadores sociales (…)No estamos a cumplir como sociedad a que un pibe piense o sea filósofo (…)La escritura me sirvió a resistir, contradecir las tareas académicas (…) hay que remarla día a día, mis remos son la poesía…” (CACOPARDO, 2011, s/d).
Esta preocupación también se visibiliza en los siguientes versos de “Estar pálida y en batalla un verso:
“Tengo miedo a veces de que el mundo se haya ido,/ pero no se fue, mañana hay visita./Una psicóloga ayer me dijo que no puedo ser escritor…/Esa piña duele más que la del guardia” (BLAJAQUIS, 2010: 106).
Recordemos que la exclusión social empuja a satisfacer las
carencias-urgencias de modo inmediato para garantizar la sobrevivencia,
por eso genera en el imaginario construido desde la hegemonía cultural,
la identificación de las zonas de pobreza como territorios de crimen
(KOROL, 2009: 65). Algo que Miguel Briante ejemplicaba de manera cruelmente real en el cuento "Kinkón" . Aquél personaje condenado a ser un ladrón o un asesino (sólo por su aspecto simiesco). Aquél hombre robusto, Kincón, que muere combatiendo contra los
representantes de un orden que lo excluye y al que ha tratado
vanamente de asimilarse.
Según Ludmer el debate sobre el delito se origina en dos posiciones opuestas:
“Los de derecha lo ven como un resultado ahistórico de la ‘naturaleza humana’ sin contexto socioeconómico y adoptan políticas punitivas para controlar al ‘malvado’, priorizan el orden sobre la justicia y vuelven a las teorías genéticas para echar culpa a la ‘clase baja’. Los realistas de izquierda dan prioridad a la justicia social, o injusticia que margina a sectores y genera el delito” (LUDMER, 1999: 18).
El argumento que sigue Blajaquis, quien sufre la pobreza, es que él también está siendo vulnerado en sus derechos de inclusión social, por eso se reduce el impacto negativo que tiene el delito para la moral burguesa en una sociedad capitalista, como afirma el autor en una entrevista:
“El pibe chorro no creen lo que cree la sociedad común, el pibe chorro no tiene la moral que tiene la sociedad. La sociedad cree que el que trabaja es decente, automáticamente (…) El pibe chorro piensa que la decencia es otra cosa. Cuando sale a robar, yo no sé si realmente es robar, y acá hay que tener cuidado con los términos, por más que hay un daño físico y mental que es innegable hacia un tercero. Yo siento que cuando iba a robar estaba yendo a recuperar lo que el porvenir nunca me dio” (CACOPARDO, 2011: s/d).
El verdadero conflicto es la ilegalidad en que se sustenta el orden legal y el desamparo de la protección gubernamental hacia el excluido que lo arroja, como en el cuento de Briante, a déstinos sórdidos casi imposibles de eludir.
Para Daniel Míguez, por otro lado, un estereotipo que se refunda en las prácticas culturales de los presidiarios es la heroificación del criminal perseguido por una injusticia. Esto se percibe en los rituales religiosos destinados a San La Muerte o al Gauchito Gil. Según el investigador, lo que se rearticula es el prototipo de “ladrón noble” de Eric Hobsbawm en sus clásicos estudios de bandidismo rural:
1)El ladrón noble inicia su carrera fuera de la ley, no a causa de un crimen sino como víctima de una injusticia, o debido a la persecución de las autoridades por un acto que éstas, pero no la costumbre popular, consideran criminal; 2) corrige ”los abusos”; 3)”roba al rico para dar al pobre”, al prójimo o a sí mismo 4)”no mata nunca si no es defensa propia o en justa venganza”; 5)si sobrevive se reincorpora a su pueblo como ciudadano honrado y miembro de la comunidad. En realidad nunca abandona su comunidad; 6) es ayudado, admirado y apoyado por su pueblo; 7) es –cuando menos en teoría- invisiblee invulnerable y 9) no es enemigo del rey o emperador, fuente de justicia, sino sólo de la nobleza, el clero y otros opresores locales (MÍGUEZ, 2008: 170)
Este esquema también ha sido trabajado en la literatura, especialmente en la gauchesca donde debemos tener presente la novela de Gutiérrez, Juan Moreira, quien “articula el delito con el derecho, la economía y el poder estatal y hace la travesía necesaria del justiciero popular; el pasaje de la legalidad a la ilegalidad por una injusticia” (LUDMER, 1999: 233).
En realidad, para Ludmer, las "narrativas de la criminalidad" son los moldes típicos en que se difunden las "historias bárbaras" (también en las narrativas de los proletarios como "oprimidos" dentro de un realismo que también excluye al Estado como posible garante de justicia).
Es decir, que las palabras de Blajaquis, si bien reconocen el delito como un innegable daño hacía la víctima, renuevan toda una tradición de visiones culturales practicadas por una subcultura delictiva, donde la dimensión del delito como ilegalidad con respecto a la justicia y como daño a terceros con respecto a la sociedad es minimizada y hasta radicalmente transformada en un prototipo positivo a partir de la injusticia que origina la transgresión.
Es el tema de la letra "Dos por Uno" (2):
Señor juez, yo le acepto
Estuve mal, ¡yo, robé!
Pues me echaron del trabajo
Estaba desesperado
Y con el diario bajo el brazo
Mil puertas golpeé.
No quedaba alternativa,
Ni un trabajo ni una ayuda,
Ni una mano solidaria yo encontré.
Y mis hijos tenían frío,
Y mi mujer en un rincón lloraba.
Y mis hijos tenían hambre,
Y yo en mis manos nada.
¡Dos por uno, señor juez!
Por favor tenga piedad.
La postura del Blajaquis y de la canción , parte de la explicación del delito como producto de la ausencia del Estado y de un sistema social que funda y perpetúa la exclusión y origina los actos criminales como consecuencia de ello. El “pibe chorro”, entonces, estaría compensando en el hurto un porvenir que jamás se podría forjar en su origen humilde.
El realismo como doctrina estética garantiza la legitimad del relato sobre la pobreza para el lector que, ajeno a ese ámbito, aspira a vivir con mayor intensidad las experiencias narradas. Por eso lo que se le pide al "cantor" o al "poeta" es que de fe de su "vida bárbara" con pretensiones de vericidad. Algo que suele fomentar la teoría de que estas letras de cuarteto (escritas por muchísimos autores) son en verdad producto de lo que los presidiarios cuentan (algo que tiene mucho de cierto, como explicaré en otro post):
“El aficionado al pintoresquismo social pide a la novela realista que le haga vivir la “verdadera” vida del Pueblo, sin perder sin embargo su conciencia y su identidad burguesas; la exigencia de autenticidad es la variante populista de la fantasía romántica que consiste en querer fundirse con el Otro sin dejar de ser uno mismo” (GRIGNON Y PASSERON, 1989: 175).
Sin embargo, dicha condición sobre el relato de la pobreza, se funde con la paradoja de lo absurdo del cuadro descriptivo de un entorno marginal: la pobreza es absurdamente real o realmente absurda.
En “Describiendo con Realismo”, Blajaquis representa las típicas zapatillas colgando sobre los cables de luz, los abuelos adormitando y el Riachuelo de su villa Carlos Gardel, de este modo:
“Aunque parezca cruel/Había cuerpos de niños/ Colgados de los cables./ Atados/ A sus dedos gordos del pie./ En las esquinas había montañas/ De cadáveres de ancianos y ancianas./Los cuales tenían los ojos cocidos (…)/Los árboles habían huido no sé a dónde/El mar era un eterno Riachuelo/Ya casi duro e inmóvil de tanta mierda” (BLAJAQUIS, 2010: 57).
Para Elías Castelnuovo, es necesario distinguir entre aquél escritor de la pobreza que escribe desde su lugar de élite o de pequeño burgués ilustrado” y el del verdadero “escritor del hambre”, que sufre el mismo contexto al cual se refiere, deducción que extraemos de sus siguientes palabras:
“Los campesinos que pinta el escritor ruso (se refiere a Tolstoi) en sus novelas no son realmente lo que fueron en la realidad, sino como él los elaboró con sus ideas señoriales en la mesa de redacción de su escrutinio. Si un artista campesino hubiese pintado a su clase, seguramente que habría procedido de modo contrapuesto” (CASTELNUOVO, 1977:20).
Blajaquis ha atravesado “en carne propia” los padecimientos de la miseria y de la cárcel, por eso el valor de su testimonio autobiográfico que nos permite decir que es doblemente un “escritor de la pobreza”: quien la sufre y quien la narra. Por lo tanto su descripción de este “otro” social no es una elaboración discursiva de un sujeto subalterno en la voz de un literato ajeno a esa condición (como sería el caso de la poesía gauchesca, por ejemplo) sino producto de la propia voz del excluido (la suya).
Por otro lado, también podemos reflexionar en su obra, los modos singulares por los que circula la literatura en un medio marginal. Blajaquis llega a ella por medio de Patricio, un tallerista amigo que le ofrece en un penal la lectura de Bukowski, Roberto Arlt y Rodolfo Walsh, quien le da el apellido de su seudónimo literario, el militante peronista asesinado en Quién mató a Rosendo (el nombre, es un reconocimiento a Camilo Cienfuegos, el compañero revolucionario del Che Guevara). Como para Silvio Astier, los libros también circulan en ámbitos de delincuencia, en este caso, en una prisión donde el presidiario ya está pagando sus crímenes
Blajaquis explica la esencia de la marginalidad en “Villas: La vida en un mundo aparte o así se vive apartado del mundo” donde se representa un panorama atravesado por la violencia:
“Familias numerosas, o mejor dicho, madres solteras con muchos hijos. Los cascotes que inventan caminos así el barro no te muerde los tobillos. Pilones de basura por acá y allá. Esqueletos de autos desmantelados, saqueados y prendidos fuego. El sonido de un disparo en una esquina, diez disparos de respuesta en laotra. Charlas de vecinas a través del alambrado mientras cuelgan la ropa en la soga: “Che, te enteraste que lo mataron a fulano”. “Sí y que a mengano le reventaron el rancho en la madrugada”. La policía y sus cacerías” (BLAJAQUIS, 2010: ,49).
Según Ludmer esta convivencia constante con el delito visible en los relatos sobre la delincuencia es, en realidad, una constante en nuestras vidas.
Marín, citado por ella, sostiene que el delito no es una “anormalidad” sino que al revés, constituye “lo normal”, lo dominante, esto es lo que recibimos como información diaria en la prensa, en la literatura, y en la comunicación en general, por eso “el discurso de lo normal es la violencia y el discurso de lo ideal es la ausencia del delito” (LUDMER, 1999: 17). Ludmer, no sin titubear, señala la imposibilidad de erradicar el germen de la violencia o el delito en nuestras vidas.
En “Alegato de un Inca ante Dios”, Blajaquis reubica los orígenes de la injusticia del orden social que padece, en la violenta conquista de América. De esta manera, localiza un delito fundante en los cimientos de nuestra historia, hacia una primera “otredad”, en este caso la indígena, subyugada por el conquistador (o el “hombre blanco”) en su afán imperialista.
La denuncia sobre el carácter segregacionista del proyecto de la modernidad elaborada desde el ángulo comunitario, según Benhabib, se localiza principalmente en la crítica hacia el mito del “ser prometeico” que privilegia el dominio sobre la jouissance (Lacan) y el placentero deleite de la alteridad.
El hombre moderno por antonomasia, en su búsqueda narcisista de la dominación de la naturaleza, persigue una lógica instrumental, una voluntad totalizante y homogeneizadora, detrás de la cual deja de apreciar la forma de ser de los “otros” no instrumentales, cuya subjetividad consiste precisamente en su proximidad a la naturaleza y en su negación hacia la instrumentalización (BENHABIB, 2006: 85).
Estos “otros” son los llamados “primitivos”, los pobres, los “excluidos” dentro del engranaje perverso del sistema capitalista y del discurso oficial.
El ladrón puede ser pensado como un “síntoma” que denota la injusticia del orden social que padece al igual que el pobre (allí radica la fuerza de la idea de comunidad dentro de la exclusión en la obra de Blajaquis), sin embargo tiene más impacto que éste ya que irrumpe sobre el principio básico que mantiene todo el engranaje económico: la propiedad (pensemos que los casos de delincuencia abundan en los noticieros y en los diarios, pero no son muchos los testimonios de la pobreza que se recogen y analizan aunque en número lógicamente los superan).
Feuillet en su trabajo sobre el policial negro, recupera la teoría marxista que establece que el derecho de la propiedad privada de una minoría se basa en la privación de la propiedad de las mayorías, lo que nos remite a la ironía brechtiana “es tan delincuente quien funda un banco como quien lo roba” y a la idea de legalidad como mecanismo para mantener el control de las clases dominantes, según el escritor alemán (FEUILLET, 2011: 87-119).
El ladrón visibiliza la ficción que sostienen los ideales del capitalismo y externaliza la violencia “silenciosa” y diaria que día a día enfrentan los desposeídos.
Como respuesta estética a esta realidad violenta, el autor que nos ocupa desarrolla un estilo “agresivo” en La venganza del cordero atado, entendido en el sentido que le da De Certeau:
“Esta agresión tiene por característica ser una manera de tratar el lenguaje, y no la mera adición de algunos giros, funciones o enunciados de más. Político, erótico o gratuito, el ultraje maltrata la lengua. No funda, golpea (…) Por eso mismo revela la violencia encerrada en un orden. Desencadena el furor. Hace brotar la cólera entre los que habitan en un sistema de producción.” (DE CERTEAU, 2004: 77).
Blajaquis hace uso de giros escatológicos y de metáforas violentas. En “Sensaciones de un Domingo en Cana”, representa la angustia de estar preso, que retorna tras las visitas al penal, como un deseo de “congelar el tiempo tan sólo para degollar con un pedazo de vidrio todas las yugulares de cada uno de los guardias” (Blajaquis, 2010: 50)
En “Anhelo de ¿Libertad?” presenta un reproche a la criminalización temprana de los sujetos empobrecidos mediante la imagen contundente de “bebés esposados”:
“La razón es la costumbre de sentirse encadenado a la muerte, de haber nacido ya con un prontuario y con las esposas puestas. ¿Qué linda imagen no? La de bebés esposados adentro de una incubadora” (BLAJAQUIS, 2010: 111)
Toda su poesía está atravesada por la dicotomía central “libertad-encierro” que se plasma en diferentes niveles de significantes opuestos. La primera de ellas, es la relación dialéctica existente entre “naturaleza- ciudad” en donde la primera conforma una zona erógena maltratada por la violencia del hombre urbano. La naturaleza, antes de ser invadida por la violencia del hombre civilizado, es un resquicio sagrado donde pervive el eros.
En “A la naturaleza”, se percibe así:
“Alguien pensó cómo sufren los árboles/ cuando los torturan/ y los mutilan/ sin poder gritar su dolor.// O la tristeza que tiene el mar/ cuando lo bañamos/ de todas las mierdas existentes/ O cómo se ahoga el aire/ cuando lo llenamos de porquerías (….)/ Yo sí pienso en estas cosas/ pienso en lo frío de la soledad del sol/ en la eterna virginidad de la luna/ en la relación amorosa del viento y las hojas/ y en que la lluvia /es el momento / en que el cielo y la tierra/ tienen un orgasmo” (BLAJAQUIS, 2010: 13)
El ámbito natural representa desenfreno y pasión y se convierte en un espacio idílico para el presidiario quien busca poseerla en su pureza irrefrenable. Contrariamente, el encierro es aquello que la inhibe, originando la segunda serie de significantes opuestos “naturaleza-artificio”, lo cual podemos ver en estos versos:
“Mis alrededores son un conglomerado de celdas y de llantos camuflados en la garganta, el paisaje es la herida abierta de vida ya resignada y la sensación de esperanza anestesiada que produce el encierro” (BLAJAQUIS, 2010: 111)
La libertad es también opuesta al hombre burgués que en su rutina diaria, alienado en un sistema capitalista, no se percata de su verdadero significado, como lo expresan varios poemas, entre ellos “Camión de Traslados”:
“Al fin comprendí que la vida es un fenómeno imposible de explicar en términos materiales. Que debajo de la ropa sea de marco o sean trapos, atrás de toda etiqueta, de todo oro, hay siempre un simple cuerpo, un desdichado ser humano esclavizado y sometido a la santa ambición que vende barato este sistema” (BLAJAQUIS, 2010: 97).
En “Breve discurso para los esclavos voluntarios” se refiere a los oficiales, abogados, fiscales, senadores, diputados, ministros, periodistas, jefes, patrones y presidentes como una “masa de acero” con “botones repletos de avaricia y con el más enfermo desprecio calzando sus pies” (BLAJAQUIS, 2010: 62).
Se genera, así, la tercera línea de significantes opuestos, “naturaleza-burguesía”. Por ejemplo, en “Rezándole al rey, fletando en rutas de ricota”, les habla a los lobos como metáfora de la libertad del mundo animal en la que debe reinsertarse el burgués secuestrado por los hechizos de la burguesía:
“¡Lobos!/ Aunque los hayan secuestrado los hechizos de la burguesía/ sus melodías de arcoiris los absuelve, / ni hablar del espejismo, del lujo de ser
viento/ serán mis héroes más sonoros, /la ecuación legendaria: canción reflexión libertad” (BLAJAQUIS, 2010:38)
En “La venganza del cordero atado”, el poeta se representa, una vez más, como un animal indefenso “descolgado por seres que cantan melodías enchufadas a parlantes sin lenguaje penal” (BLAJAQUIS, 2010: 11).
Ludmer advierte el fenómeno que conlleva el delito con respecto a este tema, al plantear que el criminal rompe la monotonía y la seguridad cotidiana de la vida burguesa y, de este modo, “la salva del estancamiento y le presta esa tensión incómoda y esa agilidad sin las cuales el aguijón de la competencia se embotaría” (LUDMER, 1999: 12).
En los cuartetos esta idea del "pobre" como libre frente al "burgués" como "apresado" es propio del discurso del pícaro que aún en su miseria sostiene el verdadero ideal de libertad en el que se funda el nuevo régimen pos Revolución Francesa. Aquellos célebres destructores de la falsa moral burguesa y de un régimen ficticio que no encontraba la justificación de su "animismo". El viejo chiste de que en la disección los doctores no encontraron el alma del burgués.
La última línea de significantes opuestos es la que se centra en la relación “guardia cárcel- preso”.
Blajaquis, relativiza la autoridad de quien le impide la libertad en “Poesía para el penitenciario”:
“¿Qué humano te recibe con alegría cuando volvés a tu casa?,/ ¿serás todo autoridad como sos por estos pagos/ Seguro que saben desnudar tus miserias/ sé que mirás al espejo y ves todo un riachuelo” (BLAJAQUIS, 2010: 103).
Del mismo modo en “Comparendo”, reflexiona sobre la tez morena de un gendarme que identifica también a los que están de “su lado” en la esfera social, pero cumpliendo funciones para garantizar la legitimidad del orden burgués.
Es tema había sido ya tratado por el cuarteto en el tema "El Federal", la canción de La Mona que emulaba el encuentro entre el Sargento Cruz y el Martín Fierro. Un policìa a punto de matar, sin saberlo, a su hijo ladrón.
Para Foucalt, desaparece en los comienzos del siglo XIX el gran espectáculo de la pena física; se disimula el cuerpo supliciado, se excluye del castigo el aparato “teatral” del sufrimiento, pero “se entra en la era de la sobriedad punitiva”, lo que conlleva un matiz diferente en la condena del criminal que radica principalmente en la pérdida de un bien o de un derecho. Sin embargo un castigo como el trabajo forzado o incluso la prisión –mera privación de la libertad-, tiene por objeto también al cuerpo mismo: el racionamiento alimenticio, la privación sexual, los golpes, la celda que impide el movimiento, etc. (FOUCAULT, 2002: 22-23).
Sin duda, lo que se postula aquí no es una ausencia del orden legal. Por lo contrario, sería interesante que el orden legal dejara de sustentarse en la ilegalidad de sus formas y que, del mismo modo, los criterios de encarcelamiento se basaran en la privación y no en el abuso (volviendo así a ubicarlos en terreno de lo "ilegal"), que la equidad social y penal nos devolviera más músicos, más poetas y menos presos o excluidos. Porque nadie quiere ser Kincón...
Bibliografía:
BENHABIB, Seyla (2006). El ser y el otro en la ética contemporánea: Feminismo, comunitarismo y posmodernismo, Editorial Gedisa, Barcelona.
BLAJAQUIS, Camilo (2010). La venganza del cordero atado. Ediciones Continente, Buenos Aires.
CAPOCARDO, Ana (2011). “Entrevista a Camilo Blajaquis” en Historias Debidas. Disponible en http://www.youtube.com/watch?v=uhIAvuS45Qo. Consultado el 09/09/11.
CASTELNUOVO, Elías (1977). El arte y las masas. Editorial Rescate. Bs. As.
DE CERTEAU, Michael (2004). La cultura en plural. Ed. Nueva Visión. Bs. As.
FEUILLET, Lucía (2011). Dinero y delito: la tradición materialista en la lectura/escritura pigliana del género policial. Alción Editora. Córdoba.
FOUCAULT, Michael (2002). Vigilar y castigar. Ed. Siglo XXI. Bs. As.
GRIGNON, Claude y PASSERON, Jean Claude (1989). Lo culto y lo popular, miserabilismo y populismo en sociología y literatura. Ed. Nueva Visión, Bs. As.
KOROL, Claudia (2009). Criminalización de la pobreza y la protesta social. Editorial El Colectivo. Bs. As.
LUDMER, Josefina (1999) El cuerpo del delito: un manual. Ed. Perfil. Bs As.
MÍGUEZ, Daniel (2008) Delito y cultura: los códigos de la ilegalidad en la juventud marginal urbana. Ed. Biblos. Bs. As.
Canciones:
Abran la reja. JIMENEZ RUFINO JUAN CARLOS-MIRANDA MATIENZO MIGUEL ANTONI
MORALES OSVALDO OSCAR. En Trilogìa Tercer Acto (2007)
JIMENEZ RUFINO JUAN CARLOS-BRITO OSCAR-QUINTEROS MARIO ARNALDO. La Mona en Vivo 90. (1990).
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